Siempre me han encantado las palabras. Incluso antes de aprender a leer, esos extraños trazos, indescifrables para mí, ya me provocaban una curiosidad incontrolable. A día de hoy, me sigue sorprendiendo esa capacidad que tienen algunas para transformar tu mundo en un instante, llenándolo de significados subjetivos, personales, que se ligan inmediatamente a otras palabras, a otros recuerdos, como en un rompecabezas invisible sobre cuyas piezas no se tiene ningún control. Serrat lo expresa como nadie en una canción que traspasa: «Tu nombre me sabe a yerba». Y es cierto. Una simple palabra, pronunciada o escrita, puede saber y oler, puede despertar los sentidos y llevarte inmediatamente por lugares y recuerdos que hasta ese momento parecían dormidos.
Septiembre, como cualquier palabra, tiene un significado objetivo, común y denotativo, que sirve para que podamos comunicarnos. En nuestro idioma, tiene la misma raíz latina que septem porque era el séptimo mes en el calendario romano, de sólo diez meses. En otros idiomas, la palabra se tiñe de imágenes más poéticas y metáforas visuales. En croata, por ejemplo, rujan hacía referencia al color rojizo de las hojas antes de caer y al sonido de algunos animales en época de apareamiento; en polaco, wrzesień comparte la raíz con el brezo, porque sus flores nacen en este mes.
Pero, junto a ese significado oficial que la palabra tiene en diferentes idiomas y lugares, surgen otros significados personales, connotativos, ligados a nuestra experiencia y a nuestra forma de sentir y ver el mundo. Estos significados tal vez no sirvan para comunicarnos, pero sí nos sirven para conocernos a nosotros mismos y descubrir aquello que nuestra memoria ilumina con mayor intensidad. Es sorprendente pensar que esas palabras van incluso modificando y matizando sus connotaciones a medida que crecemos y nos vamos llenando de nuevas experiencias. Así, si de niño septiembre era para mí la tristeza incontenible por despedir el verano, la vuelta al colegio y a una rutina gris en la que el inmenso azul del mar parecía apagarse, de adulto septiembre se convirtió en el mes de las maletas a cuesta, de los aeropuertos en países y ciudades que aparecían ante mí como un enorme interrogante, llenando el aire de palabras por descubrir.
Septiembre es tan especial que, según el hemisferio, anuncia el otoño o la primavera. Así, el cielo que dibuja García Montero en Por septiembre es muy diferente del que pinta Neruda desde el otro hemisferio, sirviéndose del vuelo de unas golondrinas («tijeras del cielo») para expresar los matices de luz y color, de olores y formas, que anuncian la primavera en Oda a las alas de septiembre. Siempre he pensado que sería mucho más fácil comunicarnos, conocernos de forma más profunda, si fuéramos capaces de expresar lo que una palabra despierta en nosotros –aunque me temo que los sentidos de muchas personas duermen profundamente–. Si pudiéramos expresar, como Serrat, a qué nos sabe una palabra, la comunicación iría más allá de los sonidos monótonos y superficiales que apenas rozan el oído.
No sé para ustedes pero, para mí, tras muchas idas y venidas, septiembre es una palabra que se deshoja como un árbol de otoño, dejando caer los desengaños y mirando al futuro con las ramas limpias, como brazos abiertos, esperando colores nuevos. Ya sea porque nací a finales de agosto, y septiembre siempre significó el comienzo de un año, de una etapa nueva, o porque mi ritmo vital sigue marcado por el curso escolar, con sus rostros desconocidos y las sonrisas cómplices, lo cierto es que septiembre me sabe al primer sorbo de vino de una vieja botella recién abierta.
Me gusta imaginarme por dentro como ese libro en blanco que la vida va llenando de palabras conocidas o extrañas, autóctonas y extranjeras, que solo cobran sentido dentro de mí. Y septiembre, de momento, está grabada en ese libro con colores suaves, dorados y rojizos como un atardecer, y brilla con esa luz especial que tienen las etapas que terminan, las historias que comienzan. Así que brindo por ese sabor especial, mezcla de pasado y futuro, que tiene septiembre, con la esperanza de que siga habiendo palabras que nunca, jamás, nos dejen indiferentes.