Esta sección de cine que me da la oportunidad de escribir Cadiznoticias no solo pretende abordar asuntos candentes, sino, sobre todo, huir precisamente de la dictadura de la actualidad para charlar con cineastas diversos que tienen no poco que decir. Así pues, en la cafetería de la Academia de Cine, en Madrid, me he encontrado con el director Juan Vicente Córdoba (Madrid, 1957) para charlar sobre barrios marginales, personajes a la deriva, revoluciones y cine periférico… Asuntos arraigados en su cine, tanto de ficción (Aunque tú no lo sepas (1999), A golpes (2005)) como documental (Flores de luna (2008), Quinqui Stars (2018)…). Córdoba, presidente de Acción. Asociación de directores y directoras de Cine, muy activo también en la Academia de Cine, recibió el Goya por el corto documental Cabezas habladoras (2016), donde tampoco se olvida de las gentes de los barrios, a lo que da voz con una mirada particular que no abandona nunca sus orígenes.
Me interesa tu cine porque encuentro en él puntos en común con mis propios intereses, especialmente en el ambiente de los barrios más oprimidos, sobre todo en los años de nuestra infancia y juventud, y en los personajes que deambulaban en ese margen. En tus películas reconozco situaciones e individuos que se daban en mi propio barrio, Guillén Moreno, Cádiz. Tú te criaste en el barrio madrileño de Entrevías. ¿Qué recuerdas de tu barrio?
Vallecas es un distrito de Madrid que contiene seis barrios, entre ellos Entrevías, el mío, que era lo más marginal de lo más marginal, porque, claro, el Puente de Vallecas, que era lo que más se conocía en los años 50, antes de que yo naciera, y en los 60 y 70, tenía metro, comercios, una calle por la que transitaban autobuses… Por la parte sureste de Vallecas atravesaban las vías que salían de la estación de Atocha e iban para Zaragoza y Barcelona. Todo lo que estaba más allá de la vía, que había que atravesar andando y con mucho peligro, estaba lo peor de lo peor. Aquí era todo un descampado. Esa fue la primera zona que en los 50, aunque en los 30 y 40 hubo ya algún poblador, acoge a una enorme cantidad de inmigrantes que venía de las zonas rurales del país buscando trabajo en las ciudades. En ese descampado comenzaron a construir chabolitas que, poco a poco, fueron mejorando, y así se construyeron esas grandes barriadas como Entrevías o un poco más allá El Pozo del Tío Raimundo. Yo nací en Entrevías, que por otro lado se llama así no solo por ese ramal que he mencionado antes, sino porque por la zona más sur también sale de Atocha el que va a Andalucía. Entremedias había una estación, digamos, que era un taller para limpiar y arreglar máquinas y vagones viejos. En ese lugar jugábamos nosotros. A lo mejor, de vez en cuando, salía algún ferroviario que nos pegaba una voz para llamarnos la atención, pero no le hacíamos ni caso.
Me lo cuentas y es que es muy similar a lo que yo viví en mi gaditano Guillén Moreno de chaval.
Era vivir al margen de la ciudad. Con una carencia absoluta de referentes aparte de la televisión. En Entrevías no había cines y para ir a uno había que cruzar las vías e ir al Puente de Vallecas.
¿Para ir al colegio también teníais que salir de allí?
Colegio había. Mis abuelos fueron los primeros pobladores de Entrevías. Procedían de un pueblo de Guadalajara, Algora, y a mi abuelo, que era ferroviario, le destinaron ahí. Se establecieron en una chabola, en los años 20, cuando se llamaba Poblado Dirigido de Entrevías. A finales de los 40 y principios de los 50 comenzó ese cambio demográfico en el país y se despuebla mucho de lo rural para asentarse en estos descampados. Esto lo cuento en mi documental Flores de luna, que, por cierto, el título viene por unas flores que se abren por la noche. Entonces había que construir las chabolas y techarlas rápido porque, si los guardias veían por la mañana que no se habían techado, las derribaban. Había muchas carencias culturales, porque era gente en su mayoría analfabeta, pero cuando estos nuevos pobladores comenzaron a relacionarse con gente de Madrid, con más cultura, se comenzaron a preocupar por el futuro de sus hijos y querían que estos pudieran competir en la mayor igualdad posible con los hijos de esos otros madrileños. Lo primero que hacen para esto es contratar a unas profesoras y en una chabola grande hacen un colegio. O sea, colegio sí hubo. No fue una falta educacional, aunque ya sabemos que era una educación muy ligada a la iglesia, pero ahí aprendimos a leer y a escribir. Lo que nos faltaba era esa otra parte de la cultura del cine, del teatro, de los libros…
¿No había personas mayores con más inquietudes que de alguna manera llevaran la cultura a Entrevías? Recuerdo que, de vez en cuando, en mi barrio se organizaba una biblioteca al aire libre, que a veces estaba acompañada de actuaciones de guiñol. Hoy en día hay una biblioteca al lado de Guillén Moreno, pero en mi infancia y juventud lo que había en ese lugar era un descampado que antes fue corral de cabras.
Eso existió posteriormente y fue a raíz de la entrada en el barrio, a saco, del Partido Comunista y Comisiones Obreras. Yo te estaba contando el principio de los tiempos y entonces fue todo muy duro… Imagínate que lo que había era tierra, un tipo de tierra que cuando llovía se formaban unos barrizales tremendos. No había agua ni luz. Se fue consiguiendo con el tiempo, pero la primera época fue muy dura. Mi madre me contaba que para ir al trabajo salían de la casa con una bolsa con otros zapatos y se los cambiaban en algún bar o alguna tienda, donde dejaban los que estaban sucios de barro, y a la vuelta volvían a cambiárselos. Si ibas a trabajar manchado de barro, esto era un motivo para marginarte, porque sabían de qué barrio procedías. Mi padre me cuenta que, a principios de los 50, si cogías un taxi en Sol, o donde fuera, y le decías que ibas a Vallecas, no te querían llevar. Esto lo viví yo ya a finales de los 60, o principios de los 70, cuando tenía unos 15 ó 16 años, y es entonces cuando surge en mí ese sentimiento de amor y odio hacia el barrio. El amor sobre todo cuando cumples años y hay una querencia de volver a tus orígenes, que además es la esencia para contar historias, pero en aquel entonces yo me quería ir del barrio. Allí me veía muy limitado y sabía que si no salía nunca iba a poder conquistar mis sueños. Ahí se generó ese odio que durante mucho tiempo sentí por el barrio. Sufrí mucho. Yo salía al centro, y cuando conocía a chicos o chicas de mi edad, y me preguntaban dónde vivía, si llegaba el momento de decir Entrevías lo pasaba fatal, pero, aunque dijera Vallecas, ya se reían.
En tu película Aunque tú no lo sepas se ve muy bien esa manera de tratar a quien es de Vallecas. Recuerdo el momento en el que unos chavales se acercan a Juan, el personaje que hace Andrés Gertrudix, y se burlan de él por proceder de ese barrio diciéndole que allí todos son delincuentes.
Sí, en esa película el personaje de Gertrudix, y de Gary Piquer, es un alter ego de mi historia. Cuando pasaba aquello no solo me sonrojaba, sino que me entraba una rabia profunda. Me iba a casa con mucha tristeza. Era ese sentimiento encontrado que sé que mucha gente, como tú, de una forma u otra lo hemos experimentado por haber vivido en estos barrios. Me gustaría mencionarte a una figura importante que llegó en los 50 a El Pozo del Tío Raimundo, que está pegado a Entrevías. Me refiero al padre José María de Llanos, fascista, de familia militar, confesor de Franco… Este tipo comenzó a viajar, y ya sabes que cuando viajas se te abre la mente, y conoció los movimientos de curas obreros en distintas partes del mundo. Él llegó con esa idea transformadora y abandonó toda esa clase social de la burguesía de la que estaba harto. Dejó todo y se instaló en una chabola. Montó una pequeña iglesia porque él tenía evidentemente la idea de evangelizar, pero cuando tuvo contacto con la gente del lugar se dio cuenta de la marginación que había sufrido toda la vida la clase obrera.
Y le cambió el chip.
Claro, porque cuando conoció la vida dura que habían tenido las personas que allí vivían le fue calando de tal manera que hasta acoge a los primeros sindicalistas en sus reuniones clandestinas. No queda la cosa ahí, sino que se hace del Partido Comunista. El que había sido confesor de Franco, ¡se hace del Partido Comunista! Fue íntimo amigo de La Pasionaria, de Carrillo… Se llevó a El Pozo del Tío Raimundo a gente como Rafael Alberti. Conecta, pues, con intelectuales para que fueran a alfabetizar al barrio. Llanos era el primero en dar la cara ante la policía cuando había algún conflicto o algún tipo de manifestación. No le podían hacer nada, porque a pesar de toda su conversión, seguía estando en una lista de los cinco intocables de Franco.
Aquello debió suponer un cambio importante.
Se comenzó a formar un caladero intelectual de tal calibre que es cuando comenzó a haber bibliotecas. Los jóvenes pudieron al fin tener acceso a los libros y luego fueron los líderes sindicales y vecinales en los 80. Fue un movimiento muy grande, precioso, porque por un lado llegaban esos burgueses de Madrid que conocían a Llanos y de alguna manera querían hacer una buena acción para liberar sus pecados y por otro se estaba generando un bloque de lucha antifranquista al que finalmente se apegó el propio cura.
Antes has hecho referencia a conflictos. Imagino que habría peleas.
A finales de los 60 y principios de los 70 muchos de los chicos, porque las chicas, por desgracia, entonces tenían otro papel (luego ya en los 80 esto cambió), comenzaron a formar bandas, pero bandas de pegarse… Era un mundo terrible que llegaba a los billares, el único espacio lúdico que teníamos los chicos, y donde se formaban peleas terribles. Pero ese movimiento del que hablé antes fue transformador, porque algunos de los líderes de las bandas, como Santi, del que hablo en Aunque tú no lo sepas, cambiaron. En esto también tuvo que ver El Gallo Vallecano, un colectivo teatral con Juan Margallo, Fermín Cabal… Esos chicos se adhieren a estos movimientos, adquieren consciencia social y se comprometen. Se adscriben al Partido Comunista y comienza la lucha en las calles contra el sistema. Recuerdo que detuvieron a dos, uno de ellos Santi, por tirar piedras a Fraga para que no diera un mitin en Vallecas.
En aquellos años todavía no había llegado la heroína, ¿no?
No, llegó después. A finales de los 70. Antes se fumaban porros… Aquella fue una época en la que el mundo estaba cambiando. No paraban de suceder cosas: la crisis del petróleo, que conlleva un paro brutal en este país, algo que tiene mucho que ver con lo quinqui, porque los chavales no tenían ni veinticinco pesetas para sus gastos y al final robaban, primero un bolso de un tirón y después entrando con una recortada en un banco. Eran unos años de manifestaciones gordísimas en fábricas, de atentados terroristas… Los líderes políticos están concentrados en estas problemáticas y los jóvenes quedan en un segundo plano. Es menos importante. Entonces entra la heroína y aquí hay muchas opiniones, controvertidas, que no sabemos si tienen un fundamento de verdad o no, pero que me han llegado incluso a contar gente muy metida en el Partido Comunista cuando hacía entrevistas para Flores de luna: la heroína la mete el estado. Me comentaron que estaba instigado por la CIA, incluso. De repente entró la heroína en esos barrios de distintas ciudades, ¿y quién la había llevado?
¿Cuál era el objetivo de introducir la heroína en los jóvenes?
Querían que se engancharan y la heroína lo que hacía era sacarlos de los movimientos políticos. Los adormecía. La heroína se llevó a toda una generación. En Entrevías fue una barbaridad. El primer gran mercado de la droga se creó en El Pozo del Tío Raimundo. Yo nunca probé la heroína, porque a mí eso de pincharse me daba mucho miedo, pero con mis amigos íbamos a comprar un talego de hachís. Era una calle repleta de camellos que te ofrecían probar la mercancía… Al final, en una casita, vendían la heroína. Era todo un mercado. Me encantaría poder mostrar esto en una película, pero hay que hacerlo con presupuesto.
¿Crees que el cine quinqui retrata bien todo esto de lo que estamos hablando ahora?
Está muy bien contado en El pico (Eloy de la Iglesia, 1983), pero también es verdad que yo no la considero cine quinqui. Esto daría para debatir mucho. No es una película sobre lo quinqui, sino sobre la heroína, pero donde mejor está contado todo lo relacionado con la droga es evidentemente en Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1981).
En Quinqui Stars, El Coleta también está obsesionado con Deprisa, deprisa, y con la figura de Carlos Saura.
Esa película es metacine. Ayer hablaba por teléfono con Montero Glez y le contaba que se han descubierto en la Filmoteca unos veinte o veinticinco cortometrajes inéditos de Iván Zulueta. Los están recuperando todos. Son piezas de dos o tres minutos que ya tienen esa esencia de Arrebato (1979). Me han contado que hay material muy fuerte, donde se ve a Iván pinchándose y grabándose él mismo. Salen chutes, tío. Ya sabemos todos que el brazo del chute que se pega Eusebio Poncela en Arrebato es del propio Iván Zulueta. Me estoy llevando la conversación por otro lado, pero, bueno, entre cineastas… Te digo esto porque a él le gustaba mucho el metacine y es lo que quise hacer en Quinqui Stars, dentro de la libertad más absoluta que es hacer una película sin guion. Con lo que surgiera día a día. Resulta que apareció en mi vida El Coleta y le propuse hacer el protagonista y hacer metacine, con un personaje que quiere hacer un documental como él en la realidad quiso rodar uno sobre las bandas sonoras en el cine quinqui.
Ah, ¿es real que El Coleta quiso hacer ese documental?
Todo esto es real, sí, lo que pasa es que yo en la película juego con el espectador con la idea de que piense qué es real y qué no. En Quinqui Stars se ve cómo él quiere conseguir el testimonio de Carlos Saura, porque es el único director vivo de cine quinqui, pero no lo consiguen. Eso le sucedió a El Coleta realmente. Coloqué como el eje de la película a este hombre que es la esencia de lo quinqui en el rap, y que además es un macarra de cuidado. Así que fui pensando en contar la parte de su historia, y en cómo colocar la historia del cine quinqui y de la actualidad con el “underground” de chicos y chicas jóvenes que existe hoy en los barrios marginales de Barcelona y Madrid. Me formé una visión, entonces, de lo quinqui de antes y lo quinqui de ahora. Por otro lado, el personaje de El Coleta es algunas veces El Coleta y otras Juan Vicente Córdoba. El Coleta hace cosas en la película que serían impensables en su vida porque forman parte de mí. Por ejemplo, hay un momento en el que le proyecté un cortometraje de Angès Varda, que él no lo hubiera visto nunca, porque quería acercarle al movimiento feminista. Él no tenía ni puta idea de quién era Varda. Le dije que él se estaba convirtiendo en un cineasta y que los cineastas, a medida que van rodando, que van trabajando, van descubriendo otras cinematografías y se van enriqueciendo.
El momento en el que El Coleta se cabrea con Carlos Saura y dice que solo le gusta de su filmografía Deprisa, deprisa, es genial.
Hay una anécdota con Carlos Saura. Presenté la película en la Seminci y al día siguiente nos encontramos en el hotel con Carlos Saura. Estaba con el productor Álvaro Longoria, al que le pedí que le presentara a Saura a El Coleta y este le entró a saco y le dijo que no le había dado bola. Saura se descojonaba con su forma de hablar. Álvaro me dice “tío, rueda esto”, pero yo no tenía cámara, la película estaba ya montada… Me puse a echarles fotos y las metí en los créditos finales.
¿Volverás a tu barrio con el cine?
La Comunidad de Madrid me ha dado una ayuda al desarrollo de proyectos para un largometraje de ficción musical que se llama El futuro ya está aquí y que habla sobre el nacimiento de la Movida Madrileña en los 80 a través de la radio. Creo que no puedo contar esta historia sin hablar de lo quinqui, que se marginó por todo lo que eclosionó con la Movida. Yo soy de familia de toreros. Mi abuelo lo fue y mi padre también. Esto hizo que yo fuese un chico diferente de Entrevías, porque me dio la oportunidad de conocer otros ámbitos, y mi tenía apetencia por conocer, así que la conocí la Movida desde el primer momento y fui de los primeros en vestirme por la noche de otra manera, casi en secreto para que no me vieran en el barrio, e iba al Rock-Ola y estuve en todos los movimientos de esos años. La vida en el descampado, con mis amigos de siempre, y esa otra vida del Madrid moderno no puedo dejar de meterlo en un guion.