El siglo XVII se caracterizó por una clara crisis demográfica de todos los territorios de la Monarquía Hispánica, siendo la caída más evidente la de la Corona de Castilla. Se calcula que la población total no creció en toda la centuria, manteniéndose en unos ocho millones. La crisis demográfica no afectó a todos los territorios por igual, ni al mismo tiempo, y algunos se recuperaron antes que otros. El norte cantábrico y el área mediterránea se recuperaron antes que el interior castellano, que fue la zona donde las crisis económica y demográfica fueron más agudas y constantes. En el siglo XVII comenzó un cambio en la distribución de la población. El interior se fue despoblando a favor de las periferias marítimas.
Las crisis demográficas fueron debidas a la combinación de crisis agrícolas y de subsistencias subsiguientes con incidencia de epidemias, combinación típica de las sociedades preindustriales. El inicio del siglo coincidió con varios años de malas cosechas y con la llegada de la denominada peste atlántica. Esta epidemia se extendió desde la costa cantábrica hasta Andalucía, entre 1596 y 1601. En muchos aspectos recordó la antigua peste negra por sus efectos. Hubo otras dos oleadas de peste durante el siglo. La segunda se dio entre 1647 y 1652, en plena crisis general de la Monarquía Hispánica y que afectó más a los reinos mediterráneos de la Corona de Aragón. La tercera oleada de peste se dio entre 1676 y 1705, incidiendo en el noreste de Andalucía y en Murcia.
Un tercer factor a tener en cuenta para entender el descenso demográfico tiene que ver con las continuas guerras que se dieron por la intensa política exterior de los Austrias para mantener la hegemonía en Europa y que terminó perdiéndose en beneficio de Francia. Pero, además, en la propia península Ibérica se dieron importantes guerras: la sublevación de Cataluña y la guerra de Portugal. Las guerras inciden en la demografía no sólo por las muertes que producen directamente sino por los niños que dejan de nacer al disminuir la población joven masculina que está en edad de procrear. Por último, las levas de jóvenes incidieron en la agricultura, ya que restaron mano de obra.
La expulsión de los moriscos en tiempos de Felipe III contribuyó a una importante pérdida demográfica, más aguda en los reinos de Valencia y Aragón, así como en el mantenimiento de la emigración a América durante todo el siglo, afectando más la Corona castellana.