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Vie. Nov 22nd, 2024

La Leyenda del Tiempo: el flamenco, Lorca y la mirada de un niño

IMG_2470Tengo la certeza de que hay obras que te buscan, te acompañan y persiguen como lo hacen las imágenes de algunos sueños durante la vigilia, sin que uno las elija de forma consciente o voluntaria. Así me ha ocurrido con algunas de las obras literarias que me han marcado a lo largo de la vida y así me ocurrió con esa pieza vanguardista del denominado «teatro imposible» de Lorca: Así que pasen cinco años –subtitulada por él como La Leyenda del Tiempo–.

Desde pequeño y mucho antes de que palabras como «teatro», «flamenco» o «poesía» se convirtieran en familiares y fueran acomodándose en algún espacio frecuentado de mi universo, los versos de La leyenda del Tiempo ya resonaban con fuerza en mi interior. Lo hacían de manera natural y cotidiana, en forma de jaleo flamenco, entre las paredes del patio de vecinos en el que me crié y como un himno familiar que se tarareaba en cualquier momento, invocando, en versiones de Camarón o Morente, esa batalla oscura y formidable que Sueño y Tiempo sostenían en la imaginación desbocada del niño que era yo.

He crecido escuchando, recitando de memoria los versos con los que el Arlequín abre el tercer acto de Así que pasen cinco años sin ser consciente de que pertenecían a esta obra teatral de Lorca; sin conocer, siquiera, quién era Lorca o qué era una pieza vanguardista. Sin embargo, ya podía adivinar en esos versos que Camarón acariciaba con su garganta la belleza profunda de las insólitas imágenes perfiladas sobre el Tiempo, la agónica batalla del Presente por no morir entre el Pasado y el Futuro.

Como dije al comienzo, hay obras que te buscan de forma persistente, irremediable. En mi caso, algunas de esas obras me persiguieron a través del flamenco cuando aún no tenía edad para leer o conocer su fuente. Siempre he sentido que de pequeño, a pesar de mi falta de formación (o tal vez precisamente por ello), descubrí esta obra de una manera intuitiva y directa, limpia, como uno descubre su lengua materna, el acento propio o la tierra en que se nace. Mi posterior formación, sin duda, me ha hecho apreciar los complejos matices y recursos de la pieza, entender su contexto, las motivaciones del autor y profundizar en su simbología y originalidad, pero, inevitablemente, esa formación también me ha contaminado con interpretaciones y opiniones, con estudios críticos extensos, fríos y a menudo estériles.

Así que pasen cinco años representa un extraño viaje a través del tiempo y el espacio en el que acaba prevaleciendo una idea: «No hay que esperar nunca»; hay que vivir siempre, en cada instante. Para mí, esta obra supone un paseo instintivo por los rincones de la memoria, por los sueños latentes del niño que fui, y no puedo evitar la sacudida que siempre me produce el aleteo onírico de su versión flamenca: La Leyenda del Tiempo que Camarón eligió para dar nombre a un disco, paradójicamente, atemporal.

Me queda el regusto dulce de haberme acercado a la obra como creo que al propio Lorca le habría gustado: con la inocencia de un niño cuya formación académica no ha evitado que siga conservando aquellos primeros destellos que los versos del Arlequín, en la voz de un vecino, de Camarón o de Morente, grabaron en sus sentidos. Porque a veces, más allá del estudio y el análisis académico, más allá de las comparaciones y las conferencias, queda la magia de dejarse llevar, «flotando como un velero», por la corriente de un Sueño que, alentado por la mirada del niño que fuimos, se resiste a morir en las orillas del Tiempo.

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