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Mié. Oct 30th, 2024

La literatura, asignatura pendiente

Rosa FreyreHace escasos días me sorprendió, aunque puedo decir que no tanto, una noticia en un periódico de tirada nacional, y que hacía referencia a la lectura y los hábitos que tienen nuestros ciudadanos que no pueden considerarse como tales, o sea, «hábitos», por no ser costumbre.

Me explico, en el artículo en cuestión se mencionaba el hecho cierto y constatado de que solo un cuarenta por ciento de la población había leído un libro en el último año. Evidentemente, todas las encuestas se concretan haciendo un muestreo entre distintos tipos de población, mas en el caso que nos ocupa, el resultado ha sido verdaderamente devastador.

Y el hecho curioso es que la noticia en cuestión pues pasó mas o menos desapercibida entre la generalidad de todas las que, en el día a día, se generan en distintos ámbitos sociales, económicos, políticos, etc..

No obstante, desde mi punto de vista es un hecho remarcable que la lectura y sobre todo la lectura de calidad, en este país, es una asignatura pendiente para las nuevas generaciones, cuya atención está colmada, al cien por cien, por todo tipo de tecnologías que les ofrecen una información viral a base de noticias que recurren a temas como la música, el cine, las series de televisión, y por supuesto, la telebasura, de la que son clientes habituales, no solo los jóvenes, sino también, muchísimas personas de edad madura y ancianos que no quieren saber nada que les haga «pensar», como suelen decir, y que les sirven de mera diversión, si es que a programas de esa calidad se les puede calificar con ese término, pues, la diversión para con los espectadores exige de una formación inteligente en temáticas que puedan concebirse en forma de comedia, sin caer en la zafiedad y en la grosería de las que que la «telebasura» es la más que significativa muestra.

Me viene el recuerdo de mi infancia, en la que la lectura formaba parte de mi vida, a base de cuentos, libros, publicaciones infantiles semanales, los conocidos tebeos, de los que, mayormente, los niños éramos consumidores. Una forma de sentar las bases para futuros lectores. Con el tiempo, mis lecturas pasaron a libros de aventuras, a otros de intriga, de ciencia-ficción, y alguna que otra historia de amor «light».

Por entonces, los jóvenes amantes de la lectura recurríamos a las bibliotecas públicas, en mi caso concreto, la Biblioteca Provincial, que me sirvió para conocer a los grandes autores, a los clásicos, a descubrir mundos que otras personas habían conocido o incluso inventado, y de los que nos hacían partícipes. También el consejo de determinadas personas influyó en mis hábitos como lectora, algo que debo de agradecer. El camino ya estaba trazado y solo era cuestión de seguir. Y eso hice.

Un triste hecho que observo en mi casa, y creo que muchos de vosotros lectores también lo conoceréis en las vuestras, es que a nuestros hijos les cuesta coger un libro, entretenerse en leer una hoja tras otra, seguir un argumento, detenerse y volver a releer lo no comprendido. La capacidad de comprensión de nuestros jóvenes de hoy es muy inferior a la de aquéllos que leíamos por puro placer y por supuesto, por el afán de saber. En definitiva, ello les acarreará un nivel de comprensión mínimo, y por ende, un nivel de respuesta similar, en una sociedad cada vez mas dirigida y manipulada

Hoy la «sabiduría» corre por las redes sociales, la «emoción» también, y tanto una como otra están del todo desvirtuadas y han perdido su esencia.

Nuestros hijos, nuestros nietos son capaces de pasar horas y horas ante un portátil, un teléfono móvil de última generación o una consola, jugando al horror de la guerra, en tanto la guerra conoce del horror en las calles. Una forma mas que evidente de ir haciendo de aquéllos que ocuparán nuestro lugar, seres humanos que lo serán cada vez menos, en tanto, las humanidades son desplazadas por el uso y abuso de las tecnologías.

Nunca las editoriales han apostado tanto por la difusión de la cultura y por la edición de libros en distintos formatos, desde los típicos de bolsillo, hasta los que van ilustrados de forma bellísima con tal de atraer la atención del lector.

Mas, a veces, el lector no se siente tan atraído por la cultura que nos proporciona el conocimiento general que nos ofrece la literatura, como por la posibilidad que le permite dominar nuevas tecnologías, obviando lo que puede considerase como su propia «deshumanización».

Mantengamos la esperanza en que las citadas tecnologías no terminen por hacer lo propio con el individuo, como persona independiente, lúcida y con capacidad de decisión libre, si bien tenemos ante nosotros una más que dura batalla.

 

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