Termina un nuevo año y, de forma consciente o inconsciente, hacemos balance. Ponemos sobre la mesa todo lo que nos ha aportado, lo que se ha llevado para siempre, y vamos llenando de promesas el corto espacio que nos separa del que está a punto de nacer. En mi caso, y aunque llevo ya más de dos cursos en Andalucía, aún no termino de acostumbrarme a la tranquilidad de un fin de año sin preparar maletas y equipaje, sin ese vaivén constante, vertiginoso, de voces y aeropuertos en el que no había tregua para pensar y asimilar.
Desde aquí todo se ve distinto y el ritmo, más pausado, me permite ubicarme e ir ordenando, sin que se mezclen demasiado, sensaciones, ilusiones y recuerdos. Estos últimos pertenecen al pasado, a ese cajón destartalado que hay que abrir con cuidado porque cada vez soporta más peso; aquellas van al cajón del presente, ese que se me escapa entre los dedos cuando quiero sostenerlo con fuerza; las ilusiones van, como a través de ese agujero por el que las cosas caen desde otro compartimento, del presente al futuro.
Cuando uno se pone a ordenar y limpiar ―tarea muy sana y recomendable si también se hace por dentro―, se encuentra a menudo con momentos oscuros, con situaciones por las que uno no puede ni debe sentirse orgulloso, ni contento, pero también con espacios luminosos, radiantes, capaces de recargarte la ilusión con un destello. Al final, cualquiera de nosotros, con más o menos esfuerzo, podría encontrar mil excusas cada año para sentirse triste o ilusionado. A nuestro alrededor se mezclan las risas con las guerras, el arte con la enfermedad y a cada ausencia, a cada despedida, siempre le sucede un soplo de vida, un nuevo latido, los nuestros. En definitiva, todo depende de cómo interiorices ese paisaje extraño que nos rodea, y de si has entrenado tu mirada para que no confunda colores y trazos. En este cuadro hay sombras y abismos, acantilados imponentes, pero también hay puntos de luz y espacios a los que aferrarse.
Yo, que he tenido la suerte de haberme tropezado en este inmenso cuadro con algunos libros que han dibujando para mí un camino cuando más perdido estaba, regreso a menudo a unas estrofas que me acompañan desde adolescente. Me gusta volver a ellas una y otra vez, para recordarme a mí mismo por qué merece la pena contar otro año, uno más, y tratar de seguir disfrutando con el paisaje. Pertenecen a un poema de Borges al que tituló «Límites» y que ha ido disipando, lentamente, algunas de mis dudas. La primera vez que lo leí no entendí la profundidad de su mensaje; luego, me centré demasiado en la terrible consciencia de lo que se pierde, sin prestar atención a la vitalidad que encierra. Fue más tarde, muchos años después, cuando sentí que se abría ante mí todo su sentido: la crudeza del mensaje y el impulso vital que vibra entre sus versos.
Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?
Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.
Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.
Cuando lo leo, cuando lo escucho en la voz del propio Borges, imagino esos límites invisibles que, sin darnos cuenta, estamos atravesando por última vez: ese libro que no abriremos nunca más, esa puerta que ya no cruzaremos, y esa persona de la que, sin ser conscientes, nos estamos despidiendo. Entonces se diluyen las dudas sobre si es justo o no sentirse contento o feliz a pesar de todo lo que a veces nos rodea. Y no sólo me parece justo, sino la única batalla por la que merece la pena luchar ―aunque la guerra esté perdida―. El tiempo no espera a nadie y va cercando con sus límites el espacio que antes nos pertenecía. Pero todavía nos queda aliento para una batalla más, para levantarnos y sentir, crear y escribir este día, respirar y pintar su noche. Por eso, porque ya sabemos el final y es posible que a cada instante estemos haciendo cosas, viendo a personas, por última vez, espero que este año que está naciendo ganemos alguna batalla, o al menos luchemos con más intensidad, consciencia y alegría.