La lucha por conseguir y mantener la hegemonía por parte de las monarquías absolutas en el Antiguo Régimen tuvo unos altos costes económicos y sociales. Detrás de las magníficas cortes y de sus poderosos ejércitos se fue generando un intenso sufrimiento con su consiguiente descontento. En este artículo abordamos este asunto centrándonos en el caso de la Francia de Luis XIV, al finalizar su reinado cuando estallaron estas consecuencias.
El esfuerzo bélico francés durante gran parte de la segunda mitad del siglo XVIII y primeros años del XVIII hasta la muerte del Rey Sol fue inmenso y se pagó un elevado precio por el mismo. Los ministros de Luis XIV, destacando en esta labor Colbert, tuvieron que trabajar arduamente para acopiar recursos económicos. Como era habitual en el siglo XVII, y como habían hecho los Austrias hispanos antes, se recurrió a todo tipo de arbitrios, es decir, a medios extraordinarios que terminaban generando nefastas consecuencias, tanto para la economía, como para la sociedad, pero también para la estructura política. Se establecieron donativos forzosos, se vendieron cargos públicos y títulos nobiliarios, se abusó de la emisión de deuda y se manipuló la moneda.
La recaudación de impuestos y el recurso a los arbitrios se hizo cada vez más complicado porque Francia llegó a la extenuación en la última década del siglo XVII, más grave si cabe por las periódicas crisis de subsistencia, como la que tuvo lugar en 1693-94 cuando se elevó el precio del pan de tal forma que propició una crisis de mortalidad de gran calibre porque se piensa que murió el 10% de la población francesa. Pero el rey no estaba dispuesto a sacrificar su política internacional por estas cuestiones, y en 1695 y 1710 se crearon dos nuevos impuestos: la capitación y el décimo. En principio se habían establecido como contribuciones extraordinarias mientras durase la guerra, pero terminaron por mantenerse, agravando la ya agobiante presión fiscal sobre los franceses, y tampoco solventaron el problema de la deuda. Debemos recordar que la tributación en el Antiguo Régimen, aunque en ocasiones se intentase fuera universal, en la práctica nunca pudo realizarse, ya que chocaba con los privilegios estamentales. De ese modo, los dos estamentos con mayores propiedades no contribuían del mismo modo al esfuerzo fiscal, o no llegaban a contribuir.
La combinación de crisis agrarias y de presión fiscal generó un intenso descontento en todos los estamentos sociales, no sólo entre los más desfavorecidos, ya que hasta en las alturas se criticó al rey, algo impensable en décadas anteriores. En este sentido podemos aludir como en 1694 el propio Vauban reclamó que se aminoraran los privilegios fiscales. Esa misma petición hizo Boisquilbert al año siguiente en su Détail de France. Fénelon escribió su Lettre al rey donde comparaba a Francia con un hospital desolado. Estas críticas guardaban, en todo caso, las formas y el respeto al monarca, pero en la corte y en muchos lugares se desató una verdadera fiebre de opúsculos, folletos y panfletos. Es el momento de la explosión del cartesianismo y del pensamiento libertino contra las creencias tradicionales. En esta década Fontanelle y Pierre Bayle escriben Pensées sur la Cornète y el Dictionarie historique et critique. Aunque todas las obras críticas fueran perseguidas es evidente el interés de algunos sectores sociales por ellas y, sobre todo, este fenómeno pone de manifiesto que la edad dorada de la adoración áulica había terminado. En este momento comenzó la crítica nobiliaria al absolutismo.