El surgimiento del socialismo utópico en Francia en el siglo XIX y no, curiosamente, en Inglaterra donde había triunfado la Revolución Industrial, obedece a una serie de causas relacionadas con los distintos contextos políticos, intelectuales y sociales de ambos países. Las energías del cambio social y político en Gran Bretaña fueron absorbidas, de forma más pragmática que en el continente, tanto por la lucha para alcanzar el reconocimiento del derecho de asociación obrera, conseguido con mucho sacrificio y cristalizado en los poderososTrade-Unions, como por el surgimiento del movimiento cartista empeñado en democratizar un sistema político liberal que impedía, a través de varios mecanismos, la participación política de la inmensa mayoría de los británicos. En cambio, en una Francia mucho menos industrial y, por lo tanto, con menos proletariado, pero con una profunda tradición intelectual, política y revolucionaria, se generó un caldo de cultivo en el que surgieron una serie de pensadores que reflexionaron sobre las contradicciones de la industrialización y acerca de sus consecuencias sociales.
Desde de los inicios del siglo XIX, algunos intelectuales empezaron a criticar los costes sociales de la industrialización y plantearon modelos sociales y políticos alternativos. El término socialismo comenzó a emplearse en la Revolución de 1830 en Francia. Al principio, su significado era un tanto impreciso y se relacionaba con la eliminación de la desigualdad social. El primer socialismo recibió mucha influencia de las ideas ilustradas, de Rousseau, pero también del romanticismo y del cristianismo. En los planteamientos de los socialistas utópicos predominaron consideraciones morales sobre las injusticias y los efectos negativos del capitalismo. Como alternativa defendieron el establecimiento de modelos sociales ideales en los que desaparecerían la explotación y la injusticia social, de ahí que fueran calificados de utópicos, rememorando la famosa obra de Tomás Moro en el Renacimiento.
En realidad, no hay un único socialismo utópico y, como veremos, cada autor hizo su propio análisis y planteó alternativas muy personales, por lo que es imposible hablar de un pensamiento articulado como el marxista. Pero sí se pueden rastrear algunas líneas comunes entre los diversos autores: el rechazo a los métodos revolucionarios, la defensa de los procesos evolutivos y siempre la utilización de los medios pacíficos. El cambio social no se encontraría en la capacidad revolucionaria del proletariado, como defendería Marx, sino en el convencimiento progresivo y en la aceptación por parte de la burguesía de la necesidad de efectuar cambios. Frente a los enfrentamientos de clase, abogaban por la concordia y el entendimiento. Los socialistas utópicos, en todo caso, no dedicaron mucha atención a los medios para realizar los cambios, sino que se empeñaron en elaborar los proyectos alternativos.
Uno de los socialistas utópicos más interesantes fue Charles Fourier (1772-1837) con sus falansterios, pequeñas ciudades de unos 1600 habitantes, formadas por grandes construcciones que se asemejaban a los palacios del barroco clásico francés. En estas ciudades no habría una especialización excesiva del trabajo, ya que sus habitantes realizarían las distintas tareas de forma alterna. Sí, en cambio, habría propiedad privada y hasta derecho a heredar, pero los instrumentos de la producción serían comunes. Fourier buscó el apoyo de burgueses para instalar sus falansterios. De hecho, hubo falansterios en Francia, Inglaterra, Rusia y Estados Unidos, pero fracasaron.
Por su parte, Saint Simon (1760-1825) era un noble de ideas liberales que propuso un desarrollo racional de la industria para superar los enfrentamientos sociales. Era partidario de aplicar el progreso técnico a la producción y de la existencia de una élite científica que dirigiera una organización social para proporcionar el bienestar general. Sus discípulos fundaron el Monasterio de Ménilmontant, donde cada miembro trabajaba según su capacidad. En realidad, fue el autor con más influencia posterior, a través de la interpretación que la tecnocracia realizó de sus doctrinas.
Otro de los grandes socialistas utópicos fue Étienne Cabet (1788-1856). En el año 1842 publicó su Viaje a Icaria, en el que se describía un modelo utópico con clara influencia de Platón y Tomás Moro. Cabet presentaba una sociedad más revolucionaria que la que planteada por Fourier, ya que las instituciones debían regularse por sufragio universal. La propiedad privada debía ser respetada. Este socialista utópico tuvo mucha influencia en Cataluña.
Los socialistas utópicos quedaron marginados de la historia socialista cuando Marx y Engels arremetieron contra sus doctrinas porque consideraron que sustituían la realidad por creaciones fantásticas. Frente a la concepción utópica, ellos defendieron el socialismo científico, ya que partían del análisis de la realidad económica y de la descripción del enfrentamiento de clases. La sociedad existente debía ser transformada y no tendría ningún interés ni futuro la creación de sociedades al margen. Pero, no cabe duda que las pesadillas totalitarias generadas por las dictaduras del proletariado comunistas y las profundas injusticias derivadas del modelo social neoliberal contribuyen a que los socialistas utópicos, a pesar de plantear soluciones difíciles de poner en marcha y de no hilvanar un pensamiento plenamente estructurado, puedan ser revisitados. Hoy en día, una lectura de sus obras, teniendo en cuenta las advertencias citadas y adaptando algunos aspectos, puede ser, al menos, fuente de inspiración. Creemos que la clave de la importancia de los socialistas utópicos reside en el legado de su profundo humanismo, en su defensa de la fraternidad o solidaridad, en la idea de que se debe construir un mundo distinto, más justo y armónico y, también en el marcado idealismo que les guió en sus teorías y proyectos, aspectos todos que, en realidad, nunca han dejado de pertenecer al acervo de la izquierda.