Conozco tu nombre. Te llamas Luna. Y es que a veces la vida elige nombres con la misma conciencia artística que la del mejor novelista, con el mismo sentido profundo y la misma precisión. Así que te he podido ver en medio de esa oscuridad larga y profunda que empaña el azul de cualquier día. Justo ahí, en medio de esa negrura lenta y amarga, estabas tú. Podría describir al detalle la oscuridad que orbitaba a tu alrededor, y hablar un rato de gobiernos canallas y cómplices, de una clase política cada vez más mezquina y miserable pululando en todos y cada uno de los partidos de este país, de odiadores que usan las redes para vomitar una bilis en la que ellos mismos terminarán ahogándose… Pero ahora mismo no me apetece. Y no me apetece porque, cuando una Luna acapara mi atención, me cuesta mucho detenerme en el ruido y en las sombras.
Como te decía, no sé quién eres, pero conozco tu nombre. Y yo, que presto mucha atención a las palabras, sé que no hay casualidad en ese mundo de significados que tu nombre va construyendo con apenas veinte años. Estoy seguro de que te habrás equivocado muchas veces y otras tantas te habrás sentido perdida entre las sombras de algún eclipse parcial o total. Es lógico. Eres joven. Pero esta vez no. Esta vez has brillado con fuerza en el centro de la noche y has dejado una foto inolvidable. He visto en tu abrazo una luna rielando en un mar sin límites, mostrando el camino cuando todo es tormenta, oscuridad y frío.
Contabas que tenías grabada su mirada perdida. Que no podrás olvidarla nunca. Yo te diría que es bueno que no la olvides, Luna. Yo tengo grabada una frase tuya que tampoco quiero olvidar: «me miraba como si nunca hubiera visto a una persona». ¿Sabes? Creo que no te equivocabas con esa terrible comparación. Aunque te cueste creerlo, ese chico llevaba mucho tiempo sin ver a una persona, demasiado tiempo… Hasta que se cruzó contigo. A tus años ya has podido ver con qué facilidad este mundo se deshumaniza, se cosifica, se muestra insensible.
Como te decía, no pretendo simplificar un problema a todas luces complejo. No hablo ahora de política internacional ni voy a caer en la demagogia absurda de pedir un mundo sin fronteras, sin violencia, sin pobreza o corrupción. Siempre hubo y habrá sombras junto a cada paso del ser humano. Pero son gestos como el tuyo, Luna, los que hacen de este mundo un lugar habitable. Y eso tampoco debes olvidarlo nunca. Gracias a ti y a gente como tú quedan asideros en cualquier abismo para que alguien, desesperado, agotado, pueda respirar un instante y compartir lo que lleva dentro, con la mirada o con los gestos, con su llanto. Quedan pocos oasis en el desierto. Y esto que digo ahora sí es simple y claro: no hay nada más humano. No existe nada que un ser humano deba admirar más porque, más allá de ideologías y fronteras, esa capacidad de empatizar con el que sufre es lo único que puede salvarnos cuando cae la noche.
A veces me gusta imaginar un mundo repleto de Lunas, soñar con un Júpiter o un Saturno habitables. Cuando la realidad me despierta, solo me queda el consuelo de saber que aquí, al caer la noche (y por estas latitudes la noche parece cada vez más negra), quedan Lunas reflejando esa luz que promete un nuevo amanecer. No te ocultes ni te rindas. Si acechan las sombras, tú sigue tu camino. No dejes de bailar con las mareas ni pierdas de vista ese sol que avanza desde el otro lado. El resto es ruido y oscuridad. Tinieblas. Hay imágenes que limpian el mundo, que lo hacen más humano, valiente y noble. Una de mis favoritas, sin duda, es ver cómo brilla una Luna llena, imponente, en medio de la noche más oscura.