Los gremios fueron asociaciones profesionales nacidas en la Edad Media que incluían a todas las personas que trabajaban en una determinada localidad y en un mismo oficio. Al parecer, su origen se relacionaría con el de las cofradías, aunque los gremios tuviesen como principal objetivo defender de la competencia a sus miembros. Los gremios vigilaban la adquisición y distribución de las materias primas, la calidad de los productos elaborados, establecían los precios y regulaban las condiciones del trabajo, como los salarios, la jornada, etc.. Por fin, los gremios cumplían funciones sociales de asistencia a sus miembros en caso de enfermedad, accidente o fallecimiento, así como otras funciones de signo espiritual. Todas estas competencias estaban recogidas en unas ordenanzas. La vigilancia sobre el cumplimiento de las mismas se articulaba a través de jurados o veedores, elegidos en el seno del gremio.
Dentro del gremio se establecieron tres niveles o categorías profesionales: aprendices, oficiales y maestros. El aprendiz pasaba unos años preparándose para poder ser oficial. El aprendiz entraba a corta edad y solía hacerlo a través de un contrato del padre del muchacho con el maestro o dueño del taller. Además de aprender podía atender a funciones domésticas. El oficial era el trabajador en sí del taller. El paso de oficial a maestro era más complejo, ya que era necesario superar un examen donde debía realizar una “obra maestra”. Tenemos que tener en cuenta que un oficial que pasaba a ser maestro tenía derecho a abrir su propio taller o tienda por lo que las pruebas no era fáciles y, sobre todo, muy espaciadas en el tiempo. Por otro lado, la condición de maestro se hizo hereditaria, generando verdaderas oligarquías gremiales.
En la España medieval los gremios nacieron en el siglo XIII, desarrollándose plenamente en el siglo siguiente, especialmente en Cataluña. Frente a esta situación de desarrollo en la Corona de Aragón, en Castilla tardaron en consolidarse, ya que existieron cofradías de artesanos pero no gremios en sentido estricto hasta el reinado de los Reyes Católicos.
En el siglo XVI se puede ya detectar que el sistema gremial era incapaz de abastecer el mercado interior. El declive de los gremios, especialmente de los pequeños, fue muy lento pero inexorable en los dos siglos siguientes.
Capítulo aparte es el protagonizado en el siglo XVIII por los Cinco Gremios Mayores en Madrid, que reunió a los sectores artesanales más importantes: lencería, paños, mercería, joyería, seda, especiería y droguería, aunque ya en el siglo anterior tuvo lugar la primera asociación de gremios madrileños, arrendando el cobro de las tercias reales y las alcabalas. En 1731 se creó la Diputación de Rentas de los Cinco Gremios Mayores de Madrid dedicada al arriendo de impuestos, generando inmensos beneficios, que posibilitaron formar diversas sociedades y compañías en los años sucesivos. En los años ochenta del siglo XVIII los Cinco Gremios Mayores iniciaron su expansión en América. Se abrieron oficinas en Arequipa y Lima. La organización se aprovechó de su poder porque importaba y distribuía productos peninsulares a menor precio que el que ponían los comerciantes locales. También se introdujeron en la distribución de productos americanos como azúcar, vino, aguardientes y cereales en la zona del alto Perú. Estos dos hechos generaron conflictos con los comerciantes locales organizados en el Consulado. Los Cinco Gremios Mayores superaron el marco gremial para convertirse, realmente, en un grupo mercantil, industrial y financiero del final del Antiguo Régimen, prestando dinero a la Corona, administrando tributos y derechos reales por toda España abasteciendo a ejércitos y la Casa Real.
La Ilustración fue muy crítica con los gremios porque dificultaban la libre competencia y se tendió a dar disposiciones que recortaban su poder y monopolio. La Revolución Liberal terminó con los gremios. La primera abolición se dio en las Cortes de Cádiz, en línea con el espíritu de la legislación liberal en lo económico y en las relaciones laborales. El Trienio Liberal también estaría en contra de los gremios, pero la abolición definitiva del monopolio gremial no llegaría hasta la época de las Regencias en el reinado de Isabel II, destacando los decretos de 1834 y 1836. La abolición trajo consigo importantes consecuencias no sólo económicas, sino también sociales ya que el sistema de asistencia de los gremios desapareció con ellos, quedando muchos trabajadores sin la cobertura que sus antiguos gremios les ofrecían.