Recorriendo Túnez de norte a sur se puede apreciar una increíble diversidad de paisajes que cautivan al viajero por su colorido y variedad: desde el color verde de parques naturales y bosques hasta el color ocre de las dunas del desierto, pasando por el azul turquesa del mar Mediterráneo y el marrón de sus montañas.
De los 1.300 kilómetros de costa tunecina, 600 kilómetros corresponden a playas agradables, relajadas y de gran belleza, siendo uno de los principales reclamos turísticos del país.
La isla de Djerba, en el sureste del país, destaca especialmente por albergar algunas de las mejores de toda la nación, como las de Sidi Mahrez, Rass Taguerness y Seguia, características por la combinación del agua azul turquesa y la arena blanca y fina.
Cubierto con bosques de alcornoques y robles mediterráneos, el noroeste contrasta notablemente con el resto del territorio. En esta región las montañas llegan hasta los 1.200 metros de altura y se hunden en el mar en Tabarka, cuyas playas de arena ocre conservan todavía un aspecto salvaje, como las de Mellula y Babouch.
En el extremo sur del golfo de Hammamet, Monastir es un destino que también ofrece playas hermosas de arena ocre y mar color zafiro, como las de Skanes y Dkhila. Asimismo, la ciudad costera de Susa, inscrita por la UNESCO en el Patrimonio Mundial, cuenta con altas palmeras, fortalezas milenarias y murallas que resaltan sobre largas playas de arena fina.
Igualmente, en tierras tunecinas también se encuentran playas menos conocidas y calas rocosas que brindan paisajes idílicos como Korbous, cap Serrat, Sidi Jemou y El Hamra.
Otro paisaje impactante lo constituyen los 17 parques nacionales, entre los que destacan El Feija, Oued Zen, Cap Negro y el de Ichkeul, considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y reserva de la Biosfera de la UNESCO. Asimismo, hay 27 reservas naturales y 41 humedales de importancia internacional, según la Convención de Ramsar.
Por otro lado, Túnez tiene una posición estratégica para las aves migratorias que cruzan el Mediterráneo, acogiendo más de 330.000 ejemplares, lo que permite la observación de cerca de 400 especies distintas en entornos naturales. Las zonas donde se congregan más aves son las lagunas del litoral de la península de Cap Bon, el Golfo de Gabès y los alrededores de Sfax y Kerkennah.
En la parte meridional del país se extiende el Gran Erg Oriental, una pequeña parte del Sáhara en la que se pueden distinguir claramente tres tipos de desierto –de arena, de roca y de sal– con diferentes e hipnóticas bellezas.
Los 40.000 kilómetros cuadrados de arena del desierto ofrecen las más espléndidas panorámicas de las dunas esculpidas por el viento, que van desde tonos amarillos hasta tornar en rosados al atardecer, para dar lugar a un gran cielo estrellado sobre la paz y tranquilidad del lugar.
Al ser un paisaje cambiante, a veces esconde sorpresas como montañas con vistas a las dunas, cuencas que albergan matas y arbustos, o incluso, lagos con patos y garzas.
Chott el Jerid es una inmensa laguna de agua salada de más de 100 kilómetros donde la sal cegadora y la arcilla agrietada sorprenden al viajero por sus efectos iridiscentes y espejismos. Desde este enclave se pueden visitar oasis de montaña como el de Chebika, donde se observa el agua brotar de la roca, así como las gargantas de Seldja (Midès) o Tamerza, con impresionantes cascadas refrescantes.
En el corazón de un paisaje árido de montañas, mesetas y picos escarpados surgen las arquitecturas sorprendentes de los “Ksour”. Estos «castillos del desierto» fueron una vez los puntos de reunión para los semi-nómadas de la región de Tataouine, donde almacenaban sus cultivos en celdas, a salvo de saqueadores.
En la zona también se localizan pueblos de origen bereber como Chenini, cuyas casas están excavadas en la roca de la montaña, dominando un valle que serpentea hasta el horizonte. En conjunto, crean una imagen original y espectacular que hechiza al turista.