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Vie. Nov 22nd, 2024

Gabriel UrbinaHablaba el otro día sobre la capacidad que tiene el ser humano para cambiar no solo su forma de pensar, sino de sentir. Porque la forma de sentir también se educa y se transforma con conocimientos, con experiencias personales y culturales. Uno siente según unas pautas interiores y exteriores, según unos patrones marcados por la sociedad, por la educación familiar, pero también por una formación que cada cual elige (o ignora) y que te permite crecer, seleccionar, disfrutar, discernir y protegerte de esa presión social que tratará de empujarte por un camino que no siempre va contigo. Uno no elige nacer en una sociedad machista o en una dictadura, por ejemplo, ni en un país laico o religioso, pero uno sí puede elegir lo que aprende, los referentes a los que se acerca para entender mejor o modificar aquello que le vino de serie.

Reconozco que soy poco comprensivo con los que se enorgullecen de su ignorancia. Yo, que ignoro tanto sobre tantos temas, nunca presumiría de ello. Esa gente que no muestra ningún interés por aprender o mejorar, independientemente de su punto de partida, me parece peligrosa. Si en otra época no tener acceso a los estudios, no saber escribir, no haber tenido la posibilidad de viajar o leer eran tragedias interiores que han marcado la vida de muchos mayores, porque sabían perfectamente que eso les hacía un poco más esclavos y les impedía vivir y sentir de una forma diferente, hoy veo a muchas personas que rechazan voluntariamente todas las posibilidades de formación que tienen a su alcance. Y eso no es lo más triste. Se permiten, incluso, burlarse de los que son capaces de sentir o emocionarse ante un paisaje, un cuadro, una melodía o un fragmento literario. Se ríen de que ese objeto natural, artístico o cultural cree conexiones emocionales, en otras personas, con esas referencias externas e internas que ellos no han querido moldear en sus vidas.

«Algunas personas sienten la lluvia. Otras simplemente se mojan». Ahora que la lluvia nos hace tanta falta, ahora que la necesitamos urgentemente, no encuentro mejor metáfora de la vida que esta frase, atribuida erróneamente en las redes sociales a Bob Marley o Dylan. Sintetiza a la perfección esos dos caminos que cada uno elige. Porque para sentir con intensidad la lluvia (la vida), no basta con tener esa capacidad innata, sino que hay que alimentarla con formación y trabajo, con creatividad y nuevos referentes.

Se me viene a la memoria un video que se hizo viral hace algún tiempo, de una niña asiática de poco más de un año, Kayden, que sentía la lluvia por primera vez: el rostro de emoción, la sonrisa en la mirada, el cuerpo temblando de felicidad ante una sensación nueva y el instinto de saber que esas gotas hacia las que extendía sus manitas eran un milagro necesario. Me pregunto si Kayden seguirá sintiendo con la misma intensidad o se terminará escondiendo bajo uno de esos paraguas con los que la sociedad te acomoda. Ojalá sepa crear sus propios muros, a base de formación y cultura, de libros y discos, para que no permita que se desgaste esa forma intensa de sentir la vida cayendo sobre su piel. Y me vienen otros ejemplos, muchos, a la cabeza. La lluvia sobre Macondo en Cien años de soledad, el proyecto Tear Drop Series, de Shay Kun, o ese canto al misterio de la vida que dejara Lorca en su poema Lluvia son solo algunos ejemplos de lo que algunos son capaces de sentir y hacer sentir ante la lluvia o ante la vida, más allá de dejarse mojar por esta.

No soy nadie para decirle a los demás cómo tienen que vivir. Al fin y al cabo, cada uno hace con la vida lo que quiere. Sin embargo, sí puedo elegir cómo quiero seguir caminando. Y yo, personalmente, trato de mantenerme lejos de esos que se conforman con ver caer la lluvia, indiferentes, mientras pasa la vida. Prefiero seguir aprendiendo y conociendo referentes que me hagan sentir con más intensidad, creando nuevas correspondencias que me sacudan por dentro cuando escucho una determinada canción, veo un cuadro, leo un relato o corro bajo la lluvia. No sería justo pretender sentir la vida, como a menudo nos pasa con la lluvia, solo cuando esta nos falte.

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