Aunque intentemos evitarlo, el caos forma parte de nuestra vida cotidiana. El mundo no funciona como un reloj (afortunadamente), y, por más que lo intentemos, no podemos controlarlo o predecirlo. Sin embargo, por obvio que parezca, seguimos apostando toda nuestra estabilidad emocional a cara o cruz en un simple examen, en una entrevista de trabajo o en la valoración de alguien. No educamos ni nos educan para esa asignatura siempre pendiente de la tolerancia a la incertidumbre. Sabemos que hay una parcela de este mundo de la que somos responsables y en la que podemos (y debemos) actuar y construir, con intención y voluntad. Pero pocas veces recordamos que hay otra parcela inmensa que no nos pertenece, que no podremos controlar nunca, y que la vida es fascinante así, compleja e impredecible, con esa porción de caos tan necesaria para nuestra salud como el orden o la rutina.
El matemático y físico James Yorke es uno de los principales divulgadores de la Teoría del Caos, y uno de los conceptos más extendidos de esta teoría es una brillante metáfora que ha inspirado libros, canciones y películas, aguijoneando la imaginación de artistas, filósofos, psicólogos y científicos de todo el mundo: el efecto mariposa. El efecto mariposa, cuyo nombre se atribuye al meteorólogo y matemático Edward Lorenz, indica que un mínimo cambio en el parámetro inicial puede acarrear enormes consecuencias en el resultado final. Lorenz estaba trabajando en predicciones atmosféricas cuando descubrió que reducir de seis a tres los decimales de una medición provocaba que el ordenador realizara unos pronósticos completamente diferentes. Lorenz publicaría sus conclusiones y, más tarde, durante una conferencia en 1972, formularía una pregunta que acabó popularizando el nombre del efecto: «Predictibilidad: ¿puede el aleteo de una mariposa en Brasil desatar un tornado en Texas?».
Sin embargo, la idea ya había aparecido mucho antes. Un proverbio chino reza: «El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo». Además, como suele ocurrir, la literatura se había adelantado unos años, cuando el genial escritor Ray Bradbury, en un relato de 1952 titulado «El ruido de un trueno», contaba cómo la muerte de una mariposa, pisada accidentalmente por un cazador que viaja al pasado, era el origen de un presente absolutamente distinto. Se trata, por tanto, de destacar la influencia que la más mínima modificación en un estado inicial puede tener sobre el resultado final.
Los vaivenes de la Bolsa, el comportamiento de los fluidos o los latidos de un corazón no escapan a la Teoría del Caos. Tampoco el movimiento de los astros y la conexión entre neuronas, el universo o nuestro cuerpo (siempre me gustó imaginar que son lo mismo: el universo, un cuerpo gigantesco del que nosotros somos una simple célula, y, a la inversa, nuestro cuerpo, un diminuto universo en el que cada célula sería un planeta). La Teoría del Caos y el efecto mariposa van salpicando de nuevos conceptos disciplinas como la Psicología, en la que la adaptación al cambio comienza a verse como una de las capacidades más importantes para la salud mental de cualquier persona. Es difícil predecir las consecuencias de cualquier pequeño cambio o decisión. Y esto puede causarte estrés, ansiedad o incluso llegar a paralizarte. Pero también puede, si aprendes a convivir con el caos, ayudarte a vivir con más intensidad y a dar ese primer paso que, como el aleteo de una mariposa, desate un tornado necesario en tu mente y en tu vida.
La ciencia clásica y la psicología determinista van echándose a un lado ante el empuje de la Teoría del Caos, que plantea una forma diferente de mirar y de sentir en nuestro día a día. Lo que ayer fue una limitación hoy puede ser un impulso; ese paso que has dado hoy te llevará al siguiente escalón, y ese al próximo, acercándote a la persona que quieres construir. El efecto mariposa nos demuestra que vamos rehaciéndonos cada día, recolocándonos y modificando parámetros para alcanzar nuestro próximo sueño. Y nos recuerda, sobre todo, que es tan importante dar un primer paso, hacernos cargo de nuestra parcela, como aprender a admirar la belleza del caos que hay detrás de un aparente fracaso, del dibujo imposible de una bandada de gaviotas o de ese mensaje que llega cuando menos lo esperamos.