«Todos los hombres nacen iguales, y es la última vez que lo son». Con esta frase atribuida a Lincoln, tan lúcida como irónica, se podría cerrar el eterno debate sobre la igualdad en derechos y libertades. Yo, además, me atrevería a matizar la primera parte, porque tampoco nacemos iguales: unos ven la luz en una habitación de hospital, con un mundo de regalos y caricias aguardándoles en casa; otros lo hacen en medio del barro, o con el ruido de una guerra como canción de cuna. Podemos repetirnos como un mantra sagrado esa utopía de la igualdad, pero jamás tendrás los mismos derechos ni las mismas oportunidades, si tus orígenes son humildes, que aquellos que tuvieron la suerte de nacer en el lado más amable de la vida. Hagas lo que hagas, estudies lo que estudies, te esfuerces lo que te esfuerces. No solamente te costará mucho más que al resto cada uno de tus pasos, sino que, al final, aunque decidas luchar con todas tus fuerzas, tendrás que aceptar que siempre habrá rincones que te estarán vetados.
Empiezo con este párrafo porque no quiero que se malinterprete el título del artículo. Cuando animo a alguien a estudiar o formarse, ya se trate de mi alumnado, de mis amistades o de mi familia, no lo hago mintiendo. Intento ser honesto y claro. Si alguien, en este país, te asegura que al sacarte el bachillerato o la formación profesional, una carrera o tres, vas a tener el camino despejado para alcanzar tus metas, te está engañando (y sé de lo que hablo). Hay puestos que siempre estarán reservados para aquellos que no necesitan estudiar ni formarse. Hay sueños que seguirán reservados para personas que tienen a su disposición escuelas y universidades donde los títulos se compran o se obtienen descolgando un teléfono. Y esa prostitución, alejada de los polígonos y las carreteras secundarias, funciona a la perfección desde mucho antes de que tú llegaras al mundo. Nació con el sistema y nunca vas a estar en la misma posición de poder, para cambiarlo, que los proxenetas que lo controlan.
Y entonces, ¿qué sentido tiene formarse, luchar, estudiar? Son preguntas que escucho a diario y no me canso de responder. En mi opinión y desde mi experiencia, todo el sentido. Todo. Formarte no te sirve para disfrutar de los mismos privilegios que alcanzan otros sin necesidad de noches en vela, explotación o esfuerzo. Estudiar, aprender, solo te va a servir para entender el mecanismo de este sistema que te ata y manipula. Entender las limitaciones impuestas y conocer qué escalones puedes alcanzar, cuáles no, te hará más consciente, menos esclavo, más determinado. ¿Te parece poco? Tomás Bulat popularizó una reflexión con la que, aunque sea en parte, estoy de acuerdo: «cuando se nace pobre, estudiar es el mayor acto de rebeldía contra el sistema. El saber rompe las cadenas de la esclavitud». Yo diría que las cadenas se aflojan o sustituyen, nunca se rompen. Sin embargo, puedo garantizar que, si te formas, aunque no consigas deshacerte de las cadenas, estas pesarán menos, mucho menos, y algunos sueños quedarán a tu alcance, en el siguiente paso.
Cuando estudias, cuando lees y observas, cuando aprendes y eres consciente de tu rol y del de los demás, es más complicado que te manipulen. Seguirás pasando por el aro del sistema, pero el aro se ensancha a medida que desarrollas tus capacidades. No aprieta de la misma forma la cadena de la que depende la comida de tu familia que aquella que eliges comprando un piso o un coche. Con la primera, uno cede hasta perder la dignidad; con la segunda, es más difícil que te humillen y pisoteen.
Estamos en la época del «puedes conseguir todo lo que sueñes». Y esa mentira es tan narcótica y dañina para la gente trabajadora como la del «debes conformarte porque nada va a cambiar». Son dos mensajes con los que el sistema te mantiene, al mismo tiempo, paralizado y esperanzado. Y así, esperando a que llegue el cambio desde fuera, con un premio de lotería o un milagro, es como quieren verte. Formarse, aprender, estudiar es rebelarse contra la mentira, levantarse y conocer las reglas de este juego en el que algunos no partimos de la casilla de salida, sino de mucho más atrás. Conocer las cartas te permite adelantarte, detectar las trampas, protegerte o denunciarlas. Conseguir el título o la formación que otros obtienen sin esfuerzo no va a darte nunca los privilegios que ellos lograron al nacer, pero te dará algo que ellos jamás podrán comprar: conocimiento, cultura, y una forma diferente de caminar por la vida. Aunque solo sea por levantar la mirada y ver más allá de las cadenas; aunque solo sea por descubrir esos sueños que orbitan cerca, a tu alrededor, no te rindas. Fórmate, rebélate.