¿No tenéis la sensación de que a veces parece que todo se derrumba a vuestro alrededor? si, seguro que si. No hay cosa más común en la vida de las gentes que tener momentos de euforia (la buena) y su contrario, momentos depresivos en los que todo lo que percibimos o es malo o engorda. La Psicología, la Medicina, la Sociología, la Antropología, Filosofía, Psiquiatría…tantas y tantas disciplinas que estudian al ser humano para intentar comprender, proteger y dar respuestas a lo que posiblemente solo está en nuestra propia naturaleza. Supongo que todo no van a ser las dichosas conexiones sinápticas entre dendritas y axones, y que por lo tanto ni los saltos entre ellas de sodio, potasio y demás compuestos químicos son responsables autónomos de nuestros estados de ánimo. Existen los estados colectivos extremos entre la euforia -positiva- y la depresión. De hecho, en estos años, se habla mucho de que la crisis económica en la que estamos inmersos no fue propiamente una crisis hasta que esa situación no se instaló en el estado de ánimo de las personas, se dice entonces que la crisis es una crisis psicológica de la población.
El cerebro imita a otros cerebros, -esas neuronas espejo-, y así también podemos hablar de que esa imitación pasa a ser una relación simbiótica entre, no solo espacios físicos -como pueda ser el cerebro- sino entre espacios mentales y por eso hablamos de depresión colectiva, de ciudadanía alienada, y por supuesto de rasgos etnográficos comunes que se dan en las diferentes culturas.
Un libro de referencia para comprender de una manera rápida y sencilla todo estos conceptos dentro de la Psicología Social es el clásico de Elliot Aronson «El animal social» que aborda nuestros comportamientos como seres en contexto y como abordamos nuestras relaciones y nuestros comportamientos en el grupo. Es la Psicología Social la que ha comprendido en primera instancia, junto con la llamada Psicología de la emociones, cuales son los mecanismos de lo que también llamamos «melancolía» o «depresión melancólica«. Hay cuatro descriptores que sirven para diagnosticar nuestra mente y su posible patología en cuanto a esa posible depresión: la duración del estado melancólico, su intensidad, la existencia de un acontecimiento provocador y la aparición de síntomas extraños (alucinaciones, ideas delirantes). Este último es un indicador casi infalible de trastorno. No obstante lo cual, creo sinceramente que hablar de salud mental con estos descriptores es demasiado profundo, cuando -en roman paladino- se habla de estado depresivo o de depresión melancólica nos estamos refiriendo a esa sensación de insatisfacción, pérdida de ilusiones, perspectivas, sensación de que todo sale mal, focalización de la concentración en aquello que provoca el estado de postración…y sea patológica o no, es una parte consustancial de la vida de cualquier persona.
Las mentes, son mentes porque piensan, y piensan en aquello que deciden pensar, elaboran sus conjeturas, sus hipótesis, prevén el futuro, analizan el pasado, y todo ello con un tamiz incontrolable volitivamente. Somos sujetos porque pensamos, pero no tenemos capacidad de pensar lo que queremos. En la película “Una mente maravillosa” Russell Crowe da vida al insigne matemático y Premio Nobel de Economía por su Teoría de Juegos, John Nash, quien su prodigiosa carrera en la ciencia la compatibilizaba con una Esquizofrenia. Solo pudo salvarle el tener una inteligencia privilegiada que en un momento determinado le llevó a la conclusión de que todo eso que creía ver y oír eran producto de su imaginación y que no era posible que fueran reales. De esta manera pudo continuar en su labor docente e investigadora con el éxito de llegar a lo más alto. Pero que él llegara a la conclusión de que eso que veía y oía era irreal no impidió que durante toda su vida dejara de seguir teniendo ese tipo de alucinaciones y percepciones paranoicas. ¿Su truco? ignorarlas. Pero ahí estaba, su mente, toda esa inteligencia puesta al servicio de la ciencia y de su intuición para su enfermedad no pudo impedir que esa «mente maravillosa» siguiera produciendo una realidad paralela y que aunque él rechazaba no dejaba de vivirla como real.
Somos una máquina de elaboración de teorías, análisis, composición de futuro…que no forman parte de la realidad, todo lo más, de nuestros deseos. La Teoría de la Mente o cognición es la capacidad que tenemos para atribuir intenciones y pensamientos a los demás. Esa cognición (a mi me gusta más el término Teoría de la Mente) es la que, a fuer de intentar siempre adivinar lo que piensan o quieren hacer los demás, nos provoca en muchas situaciones esa depresión melancólica -si esa composición es negativa a nuestros intereses-, ilusiones o perspectivas. Cualquier situación, la mínima, comporta en nosotros un estado mental que la interpreta y saca conclusiones, erradas o no, pero que determinarán nuestro comportamiento, a no ser que se tenga la perspicacia en algunas ocasiones de verificarlas, como en el método científico, falseando las hipótesis.
Waztlawick, un psicólogo que enunció el hoy axioma de la comunicación «todo comunica» nos adentra un poco en lo que estamos diciendo y así la comunicación entre dos personas que tengan algún tipo de relación es permanente, siempre hay un mensaje que conciente o inconscientemente se esta lanzando: los silencios, los gestos, el ignorar…todo comunica, y lo sutil se convierte en fuente de interpretación que casi siempre produce distorsiones del pensamiento y la conducta. Paranoias, crispación, euforia, autoengaños, alegría, depresión…y casi siempre porque hay una desmesura en la interpretación o al contrario, el emisor lo que hace es lanzar un mensaje equivocado previa interpretación errónea de los pensamientos e intenciones del otro. Un bucle (curiosamente se le suele llamar bucle melancólico).
Nuestras mentes no son máquinas, la máquina es el cerebro, nuestras mentes piensan y normalmente si no las domesticamos, y eso no creo que sea bueno, se convierten en lo que el Rey Elvis llamó «Mentes sospechosas«. Hoy no me duele la cabeza.