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Finlandia había pertenecido a Suecia durante muchos siglos, pero en tiempos de las guerras napoleónicas la situación cambió. El zar Alejandro I firmó con Napoleón el Tratado de Tilsit en 1808, que le dejó las manos libres para ocupar Finlandia. Por el Tratado de Friedrickshamamn de 1809, el país pasó a ser un Gran Ducado con autonomía en diversas materias: Dieta parlamentaria propia, ejército, moneda, etc..

En 1899, el zar prohibió el ejército finlandés e impuso el uso del idioma ruso en la administración, lo que supuso una clara merma de la autonomía del Gran Ducado. A partir de la Revolución rusa de 1905 se flexibilizó la presión rusa con una nueva Constitución, que creó un Parlamento elegido democráticamente, incluyendo a las mujeres en el derecho al sufragio. Pero la victoria socialista de 1907 hizo que los rusos intensificaran la represión.

Finlandia pudo independizarse a raíz del triunfo de la Revolución de Febrero de 1917. Una coalición gubernamental asumió el poder mientras se estaban desarrollando los acontecimientos revolucionarios en Rusia. En el mes de julio de 1917, el Parlamento finlandés se declaró depositario de la soberanía que hasta entonces había tenido el zar.

Finlandia era un país con un elevado grado de desarrollo social en aquel momento. Contaba con una clase dirigente preparada, que se nutría de una activa burguesía comercial e industrial, muy vinculada con el entorno económico del Báltico y del Mar del Norte. También existía un potente proletariado en las ciudades del sur del país. Precisamente, en el Congreso de la Socialdemocracia finlandesa, celebrado en Helsinki en noviembre de 1917, Stalin, a la sazón comisario de las nacionalidades, aceptó la independencia de Finlandia.

El 6 de diciembre de 1917, el Parlamento de Finlandia declaró la independencia. Las autoridades bolcheviques rusas reconocieron esta declaración el último día del año. El Tratado de Brest-Litovsk consagró la independencia.

Pero no sólo había llegado la independencia a Finlandia. El Partido Socialdemócrata decidió iniciar la revolución a finales de enero de 1918. Los revolucionarios tomaron Helsinki y las ciudades del sur, donde se concentraba la clase obrera. Pero la Revolución no triunfó, ya que se desencadenó una guerra civil. El gobierno, de signo conservador, huyó de la capital y encargó a Carl Gustaf Mannerheim, antiguo general zarista, la organización de la contraofensiva contra los revolucionarios. Mannerheim pidió ayuda a los alemanes. Esta petición fue escuchada y el ejército alemán entró en Helsinki el 13 de abril de 1918.

Después de ganar la guerra se desató una terrible represión. Se trató de uno de los primeros ejemplos de cómo funcionó el terror blanco en este período histórico. Entre el verano y el final de 1918, los tribunales finlandeses se dedicaron con fruición a dictar sentencias después de la celebración de juicios sumarísimos. La mayor parte de estas sentencias fueron condenas a muerte. Se calcula que la represión generó la muerte de unas veinte mil personas. No todas las muertes fueron fruto de condenas capitales, también hubo muchos fallecidos en los campos de concentración. Otros cálculos elevan la cifra a treinta mil represaliados.

Finlandia decidió vincularse a Alemania frente a la Unión Soviética, un gigantesco e incómodo vecino. En el verano de 1918 se eligió como rey al príncipe Frederick Charles de Hesse-Kassel, cuñado del káiser, pero la derrota alemana en la Gran Guerra imposibilitaría esta elección; en realidad ni llegó a pisar suelo de Finlandia. Mannerheim tuvo que actuar como regente. El 17 de julio de 1919 entró en vigor la Constitución, en la que se declaraba que Finlandia sería una República. El primer presidente fue K. J. Ståhlberg. En octubre de 1920, los finlandeses y soviéticos firmaron un tratado de paz pero que no solucionó las malas relaciones entre ambos países.

 

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