Louis Blanc (1811-1882) publicó en el año 1839, La organización del trabajo, su principal obra donde estableció sus aportaciones teóricas socialistas. Blanc criticó los dos pilares del liberalismo económico: el individualismo y la libre competencia. Para el socialista francés la libre competencia no era una consecuencia de la libertad porque aquella provocaba la explotación de los más débiles por parte de los más fuertes. Sería la negación del derecho al trabajo y sin ese derecho los individuos no podrían desarrollar sus facultades y, por lo tanto, ser verdaderamente libres.
Por lo demás, la libre competencia negaría los principios de fraternidad y solidaridad. Esa libre competencia fomenta el egoísmo porque exalta los intereses individuales frente al interés general. Sería la traslación de la guerra al mundo laboral y a la sociedad, en general.
La libre competencia termina por abandonar a su suerte a los más desfavorecidos. La vida no puede ser una carrera cuya meta es enriquecerse, hacerse con bienes y propiedades, empleando cualquier medio. Por fin, la libre competencia generaba conflictos entre los empresarios y entre los trabajadores.
Por fin, la libre competencia supone el triunfo de la irracionalidad en el mundo productivo, generando desequilibrios económicos. Si el objetivo es únicamente el aumento de la producción sin preocuparse por las necesidades sociales, el consumo tiende a disminuir porque los obreros ven mermadas sus capacidades adquisitivas porque sus salarios disminuyen a causa precisamente de la libre competencia general y por la existente entre los trabajadores.
El razonamiento nos permite comprobar los peligros de la libertad económica en la sociedad: negación del derecho al trabajo, individualismo egoísta, desigualdad, conflictos, desequilibrio e irracionalidad.
Louis Blanc planteó dos alternativas al liberalismo económico. En primer lugar, propuso que los trabajadores crearan asociaciones de producción, y que la economía se organizara de forma racional. Para ello había que contar con una autoridad que interviniera en el mundo laboral y en la economía. Esa autoridad tendría como primera misión poner fin a la guerra de todos contra todos del liberalismo económico, evitar su principal consecuencia, la desigualdad. De ese modo, se alcanzaría la verdadera libertad. Blanc asigna, pues, un papel importante al Estado para emprender las reformas productivas y laborales. Los contrarios a la intervención del Estado podrían aducir que este hecho supone un ataque a la libertad de los individuos y la consiguiente muerte de la sociedad civil. Pero el autor no pretendía la creación de un Estado totalitario. El Estado no se desligaría de la sociedad porque sería democrático a través del instrumento del sufragio universal. El Estado tendría como misión proteger al débil y además no debía convertirse en empresario. La economía no se estatalizaría. En realidad, eran los trabajadores los que se convertían en empresarios a través de la creación de esas asociaciones o cooperativas de producción. Los obreros serían los dueños de los medios de producción. Por otro lado, con estos profundos cambios se garantizaba el derecho al trabajo.
El Estado solamente financiaría los talleres o asociaciones, cuyos estatutos debían ser aprobados por el poder legislativo. En los talleres trabajarían todos los trabajadores que lo deseasen. Para que se pusiesen en marcha, el Estado debía fijar su funcionamiento interno, pero posteriormente toda la organización sería establecida democráticamente.
Los salarios serían iguales para corregir las iniciales desigualdades, pero cuando las organizaciones estuvieran bien asentadas, se implantaría el principio de “cada cual con arreglo a su capacidad, a cada uno con arreglo a sus necesidades”.
El principio asociativo supondría el fin de las empresas privadas. El Estado se limitaría a supervisar las relaciones entre los talleres o asociaciones e impedir los conflictos. De esta manera, triunfarían los principios de la igualdad y la solidaridad.
Es evidente que Blanc estaba planteando en su momento los pilares del Estado Social y de Derecho, propio del socialismo democrático frente al liberalismo salvaje y el totalitarismo comunista.