Comienza el nuevo año y muchos llegamos a sus puertas cargados de deseos. El aire se va llenando de expresiones que proyectan esos sueños y en ese mismo aire se perderán muchos de ellos, mientras otros seguirán orbitando alrededor. Algunos volarán demasiado alto y llenarán de frustración la mirada de quienes han escondido su felicidad en expectativas lejanas e irreales. Otros deseos y sueños, en cambio, dejarán de serlo porque se harán realidad, y se harán realidad porque esas palabras que los nombran habrán dejado de ser meras palabras para convertirse en implicación, esfuerzo y sacrificio. De entre esas palabras que acarician los sueños y pueden vaciarse o llenarse de realidad, dependiendo de nuestra actitud, hay una que siempre me encantó por la historia que dibujan sus fonemas, por su significado y hasta por cómo la colorea, a día de hoy, mi acento andaluz: ojalá.
La palabra ojalá me lleva a un tiempo en el que soñar y creer se daban la mano. Tiene tanta fuerza que un dios decidió vivir en ella para mezclar sus deseos con los nuestros. Del árabe لو شاء لله (law sha’a Allah), significa ‘Dios quiera’ o ‘si Dios quisiera’ y, en mi opinión, es una de las expresiones de deseo más bonitas que conservamos. Como el alfa y el omega, ojalá ha servido para abrir y cerrar ensayos, poemas y canciones, para expresar lo que uno anhela y lo que odia. Ahora que puedo pensar con más claridad en lo que me gustaría dejar atrás, enterrado en ese año que se aleja, y empiezo a sentir lo que quiero alcanzar y mantener en este que apenas ha comenzado, me vienen a la memoria algunas composiciones que crecieron alrededor de esta palabra.
Recuerdo, por ejemplo, esa canción de Silvio Rodríguez que solía interpretarse como un himno contra las dictaduras, aunque el propio Silvio aclaró alguna vez que se la dedicó a su primer amor, Emilia, para olvidar el fantasma de su recuerdo y afrontar la separación, el desengaño, el dolor, y poder seguir adelante. Y hay versos que no pueden expresar con mayor intensidad aquello que uno necesita olvidar, soltar para siempre:
Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones.
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.
Siento que son muchas las cosas que deberían quedar atrás, lejos. Para empezar, la necesidad de despedir y saludar cada año sumando más mujeres al número de mujeres asesinadas y violadas por hombres que siguen sintiéndose sus dueños. Si, desgraciadamente, parece un sueño inalcanzable, ojalá, por lo menos, los que estemos cerca no permanezcamos indiferentes, respondamos a los gritos y actuemos, con contundencia, ante esta lacra despreciable que salpica a toda la sociedad. Para continuar, ojalá esa luz cegadora fuera dejando atrás las tinieblas de una educación familiar inexistente y de un sistema educativo que, a pesar de sus virtudes, sigue perpetuando, dentro y fuera del aula, esa interpretación enfermiza de las relaciones personales, de la competitividad, del éxito y del fracaso, de la inteligencia… Y ojalá, por qué no, ese disparo de nieve sirviera también para borrar algún nombre y algún incendio, uno de esos que siguen tiñendo de negro nuestro presente y nuestro futuro, acabando con los últimos rincones de un paraíso que jamás merecimos.
Siguiendo con los deseos, cambio de registro para acercarme ahora a la canción de un músico inmenso, repleta de ojalás luminosos y paisajes nuevos que invitan a soñar. Porque Juan Luis Guerra no solo se ha permitido llenar de crítica social y poesía géneros que a menudo adolecen de letras que no aportan nada, sino que, mimando las raíces de su cultura, ha sido capaz de popularizarla, haciendo bailar a medio mundo, por ejemplo, con esta canción de esperanza dedicada a los campesinos y agricultores, a los olvidados: «Ojalá que llueva café».
Y así, siguiendo ese sueño, yo recorto el verso y me conformo con que este nuevo año llueva, sin más, en el campo y en la ciudad. Ojalá que el agua siga su curso, impidiendo que se sequen las ilusiones de tantas personas. Y ojalá yo pueda seguir aquí, cerca del mar, contando las horas azules. Ojalá que este nuevo año los golpes más fuertes no me impidan levantarme y continuar con mis proyectos, con el deporte. Ojalá siga cruzándome en clase, como hasta ahora, con estudiantes que no dejan de enseñarme y le dan todo el sentido a mi profesión. Y ojalá el otoño, en vez de hojas secas, vista mi cosecha de nuevos libros, de nuevas conversaciones y nuevas palabras, palabras que, como este ojalá, guarden sueños tan grandes que ningún viento pueda llevárselas.