A cuatro días de las elecciones no se me ocurre nada mejor que tratar de apaciguar ánimos y emociones. A fin de cuentas tan solo son unas elecciones y llevamos unas pocas desde el 78 a esta parte. Hay que reconocer que estas tienen un añadido de incertidumbre y de pluralidad que las hacen algo especiales, comenzando por el hecho de que suceden a seis meses de las anteriores. Estamos en un escenario de una combatividad muy intensa, donde el dramatismo se está exagerando por parte de todos los contendientes y nos hace creer a veces que nos jugamos poco menos que una guerra civil. Opino que no se trata más que de elegir un parlamento, unas cortes generales, para que a su vez construyan una mayoría que sostenga un gobierno. Es cierto que la frustración de diciembre nos ha puesto a todos algo alterados, casi al borde del ataque de nervios. Las redes sociales no ayudan y más que canales de diálogo y difusión de ideas y alternativas nos encontramos, con frecuencia, con foros de propaganda facilona o directamente de insultos y menosprecios a los contrarios. Un desastre para la convivencia.
Me da que nos estamos todos perdiendo el respeto, todos sin excepción. En la campaña podemos observar dos niveles en los mensajes de los contendientes. El oficial suele ser propositivo, de mensajes optimistas o al menos emocionalmente motivantes. Pero bajo ese nivel oficial, acompañado de melodías, diseños y audiovisuales de corte positivo, nos encontramos mensajes duros y feroces desde los aledaños de las fuerzas políticas. Son el núcleo de la parte inmisericorde de la política y cada vez más encuentran su medio idóneo en las redes sociales y en foros digitales. Conforman un espacio en el que parece que todo vale, incluso la mentira o lo que es peor aun que ésta, la manipulación. ¿Quién no ha perdido los nervios en esos foros alguna vez? ¿quién no se ha llevado las manos a la cabeza ante informaciones y comentarios insultantes? Y normalmente ante los de los demás, perdonando a los propios.
No soy un iluso, no nací ayer y llevo ya un cierto recorrido vital. Sé que será muy difícil evitar el espectáculo de la infamia como arma política. Probablemente este ambiente y estos modos sean consustanciales con la democracia desde Atenas al presente, pero si se debería hacer un esfuerzo por no pasar ciertas líneas rojas, ahora que está de moda la expresión. En mi opinión deberíamos hacer un ejercicio colectivo de respeto hacia los contrarios, hacia sus ideas, sus posicionamientos y sus propuestas. Empezar por lo más elemental que es el voto, el hecho de que todo voto vale lo mismo y, lo que es igual de importante, que las motivaciones para el voto son todas respetables. No vale más el voto de un catedrático que el de un campesino, el de un trabajador vale igual que le de su empresario, el del humilde se equipara al del poderoso. No es nuevo, Tucídides nos relata en el discurso de Pericles en defensa de la democracia ateniense una argumentación similar, iguales para lo público aunque seamos diversos y diferentes en lo privado. Respeto al contrario, respeto al voto ajeno. Por mi parte respeto todos y cada uno de los votos emitidos, el que vaya al PP, a Podemos, a Ciudadanos, a cualquiera de los partidos en liza. Por supuesto respeto mi propio voto, no podría emitirlo si no respetara lo que es y significa, aquello que veo en él. Mi voto al Partido Socialista Obrero Español, al socialismo democrático. Por lo demás, suerte a todos este domingo.