«Quien siembra vientos recoge tempestades», reza un refrán que, además de expresar el karma con una imagen formidable, debería servir como punto de partida para una autocrítica necesaria. Y digo debería, en condicional, porque la autocrítica hace mucho que desapareció de estas latitudes. El hecho de que un partido como Vox haya recibido cerca de cuatrocientos mil votos en Andalucía se achaca directamente a que los andaluces, de la noche a la mañana, se han vuelto fascistas, misóginos, homófobos y racistas. Así de superficial y de simplista es el análisis. Así de estúpidos consideran los medios de comunicación, algunos líderes políticos y muchos de sus secuaces a los ciudadanos de un país que sigue sin creer que el cáncer de la polarización le llega hasta el tuétano.
Alguna vez pensé que el discurso del miedo y el chantaje eran exclusivos de la ultraderecha. Después, con el tiempo, fui comprendiendo que los polos opuestos se parecen demasiado. Estos días, en Cádiz, he vuelto a comprobarlo con la actitud de un grupo de energúmenos que se autodenominan antifascistas (qué fácil es colocarse una etiqueta) y han destrozado lo que había a su paso, quemando contenedores y agrediendo a periodistas y policías, formando unas valientes barricadas y llenando sus discursos de insultos a falta de argumentos. Otras personas, indignadas por la llegada de Vox, han actuado en las redes sociales, escribiendo a sus contactos para saber quién había votado a la ultraderecha y proceder a eliminarlo (hace poco, yo mismo escuché asombrado que un contacto me borraba porque estaba cansado de escuchar mis argumentos podemitas. Cuando, cualquiera que me conozca, sabe que no digo a qué partido voto, me siento libre para criticar sin reparos a cualquier partido y no me siento representado por ninguno de ellos). No sé, tal vez sea yo el que esté equivocado, pero presumo de tener entre mis contactos a personas que votan a todos los partidos de este país, partidos por los que yo siento desde vergüenza hasta desprecio, y no por ello dejo de mantener el contacto, discutir o debatir con personas a las que aprecio por distintos motivos, aunque pensemos de forma tan diferente.
Volviendo a la idea principal, que es la falta absoluta de autocrítica, los simpatizantes algunos partidos han puesto sobre la mesa diversas causas para explicar la irrupción de Vox en Andalucía. Se repite, por ejemplo, que esos cuatrocientos mil votos que han ido a Vox vienen de personas que no se han leído su programa electoral. Y yo, que no lo discuto, me pregunto: ¿cuántos votantes del PSOE, PP, Adelante Andalucía o Ciudadanos se han leído (o creído) sus programas? Me aventuro a decir que el mismo porcentaje. Yo me he leído el programa de Vox, un programa opuesto a mis ideas, a mi forma de entender la vida y la sociedad, y me he leído el de los principales partidos. Y me duele decir que veo una diferencia fundamental: cuando leo el de Vox, puedo saber lo que ese partido pretende hacer, y puedo rechazarlo, combatirlo con ideas. Cuando leo el resto de programas, no puedo imaginar lo que harán esos partidos, porque me están mintiendo. Algunos han tenido la oportunidad de aplicar lo que defendían durante treinta y seis años, y no lo han hecho. Otros, en un par de años, ya han demostrado que viran como una veleta o que solo luchan contra el neoliberalismo hasta que van a comprarse su vivienda.
Dicen que es preferible un enemigo sincero a un amigo hipócrita, traidor y mentiroso. Al primero lo ves venir, y puedes anticiparte, defenderte. Al segundo no lo esperas. Tal vez, quién sabe, esa idea haya rondado a muchos votantes el pasado domingo. Por eso creo que hay que profundizar en el análisis sobre por qué un partido como Vox irrumpe como una tempestad. Y, retomando el refrán, pienso que muchas respuestas están en los vientos, esos vientos que estamos sembrando desde hace mucho tiempo.
Sembrar vientos es insultar por sistema al que piensa diferente, humillarlo, censurarlo y silenciarlo; sembrar vientos es pensar que perroflautas o fascistas son siempre aquellos que no defienden lo que defiendes tú; sembrar vientos es provocar que cada vez más andaluces tengan que sobrevivir a miles de kilómetros de su tierra, porque aquí no tienen oportunidades ni futuro; sembrar vientos es abandonar la educación pública y aborregar a tu pueblo, adormecerlo, para que vote en modo automático; sembrar vientos es forzar un supuesto lenguaje feminista e inclusivo para ganar votos mientras se permite que algunos sinvergüenzas se gasten el dinero público en prostitutas; sembrar vientos es dar lecciones sobre convivencia residiendo en una urbanización de lujo o con tus hijos estudiando en centros privados; sembrar vientos es llamar homófobo a cualquier persona que, sin odiar a los homosexuales, bisexuales o transexuales, exprese una opinión diferente a la tuya (o a la mía); sembrar vientos es llamar misógino a cualquier persona que, sin odiar a las mujeres, ponga en duda la eficacia o idoneidad de la Ley Integral contra la Violencia de Género, o no se crea esos datos y estadísticas que sólo son verdaderos cuando nos interesan a nosotros; sembrar vientos es definir individualmente qué es la democracia, la justicia o el fascismo… Y sí, después de estos vientos que hemos sembrado entre todos, ahora toca recoger las tempestades. Menos miedo y más educación, más formación, más libertad, más debates y más autocrítica.