Se nos va octubre y he vuelto a pasear estos días entre las huellas de Alfonsina Storni, que se despidió a los cuarenta y seis años, un amargo octubre de 1938, arrojándose al mar. A menudo releo algunos de sus poemas y voy descubriendo textos nuevos, mientras me pongo de fondo esa canción maravillosa que compusieron en su honor Ariel Ramírez y Pérez Luna: Alfonsina y el mar.
Esta escritora genial, que escandalizó y emocionó a la sociedad con su poesía independiente y reivindicativa, se despidió con el poema «Voy a dormir» y con una nota a la policía para que esta no culpara a nadie de su muerte. Apasionada del teatro, maestra, luchadora infatigable por los derechos de las mujeres, Alfonsina fue una adelantada a su tiempo y se encontró, como otros genios, en medio de una sociedad que caminaba (cuando no desandaba) de manera más torpe, laberíntica y oscura que ella.
La lucha para sobrevivir, primero, y luego el deseo constante de colorear de versos su vida y la de los demás, en una sociedad atrasada, la dejaron sin fuerzas. Las dificultades económicas, las dolencias, la operación, las cicatrices físicas y emocionales, la depresión… fueron ganando lentamente esa batalla que acabó en el fondo del mar, en ese mar que había sido su amante y confidente, el que le detectó la enfermedad y la alivió colmándola de besos azules. En un poema con el que despidió a su gran amigo y maestro del cuento latinoamericano, Horacio Quiroga, que se acababa de quitar la vida, Alfonsina dejaba unos versos que, de alguna forma, presagiaban su propio final:
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria…
El suicidio es un acto de una radicalidad extrema, sobrecogedora, difícilmente explicable, porque acalla uno de los impulsos más ensordecedores del ser humano: el instinto de supervivencia. Aunque nuestra sociedad trate de convertido en un tabú, en una realidad negada o silenciada, cuando se intuye o se conoce nunca deja indiferente. Saber que una persona ha decidido quitarse la vida llena de amargura y deja una punzada honda y extraña en lo más profundo de tu ser. Si, además, la persona que se quita la vida es un ser excepcional, la tristeza se queda estancada en algún rincón de la conciencia y entonces no tenemos más remedio que darle una salida a ese dolor, buscando desesperadamente una respuesta imposible a un acontecimiento que nos supera.
Esa respuesta necesaria al adiós de Alfonsina, ese hermoso diálogo que trata de disipar el dolor y se acerca más al alma que la verdad (la belleza tiene tanta fuerza que a veces alcanza, para nacer, los rincones más oscuros), es esta canción que Ariel Ramírez y Pérez Luna necesitaban componer, salpicando de versos nuevos algunos de los últimos versos de Alfonsina para que la acompañaran, saltando entre voces y continentes, en ese paseo eterno junto a olas y caracolas:
Te vas Alfonsina con tu soledad,
¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
te requiebra el alma y la está llevando
y te vas hacia allá como en sueños,
dormida, Alfonsina, vestida de mar.
Me quedo con esta zamba porque, cuando imagino a Alfonsina, me gusta imaginarla así: valiente, vestida de mar, buscando versos entre la espuma y caminando en paz. Me gusta sentir que nace mil veces en la garganta de Mercedes Sosa o de Diego, El Cigala; que sus pequeñas huellas en la arena blanda regresan inmensas en la voz de Avishai Cohen o de Mariana Flores. Y me encanta que, por ese milagro de la literatura, Alfonsina me siga susurrando palabras a través de esa caracola que siempre vuelve a la orilla de mi mar y de mis libros.