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La despoblación: una visión global

Por Juan Antonio Quiñones Feb 1, 2020

En la década de los años sesenta del siglo pasado el municipio salmantino de Béjar daba empleo a más de 5.000 trabajadores en industria textil. En torno al río Cuerpo de Hombre se asentaban decenas de telares alimentados por la floreciente ganadería ovina de la región. El censo de 1970 recuerda que en el municipio habitaban entonces 17.576 personas.

Hoy, la población del municipio es de apenas 13.000 habitantes. Paulatinamente, la industria textil fue menguando y muchos de sus pobladores se vieron en la necesidad de emigrar. En 1996 aún residían 2.400 menores de 15 años por 3.700 mayores de 65. En la actualidad, los menores de 15 apenas superan los 1.400 mientras que los mayores de 65 casi alcanzan las 3.800 almas.

Lo que antaño fue una fuente de riqueza hoy se intenta recuperar -al menos la memoria de lo que fue- con la Ruta de las Fábricas Textiles de Béjar. Un recorrido de cuatro kilómetros en torno al río para que sea el turismo el que frene la continua sangría poblacional.

Pero a perro flaco todo son pulgas y los servicios públicos de la zona están lejos de alcanzar los estándares del siglo XXI. La situación de la sanidad ya ha puesto en pie de guerra a los colectivos vecinales del municipio. Esperas de hasta 10 días para conseguir una cita de atención primaria o especialistas que tienen que trasladarse desde Salamanca y no llegan a tiempo para atender las consultas concertadas. Un escollo más para atraer, o al menos retener, a los residentes que quedan.

De Salamanca se están marchando hasta las ovejas. La provincia ha perdido en la última década una tercera parte de la población ovina. Si en 2008 había unas 630.000 cabezas en 2017 apenas se superan las 400.000.

A tres horas y media de camino siguiendo la autovía A-66 sentido norte llegamos a Langreo, en el Principado de Asturias. En plena cuenca minera, la localidad cuenta con casi 40.000 habitantes aunque el censo de 1960 recuerda que en aquel tiempo la población superaba los 65.000. En los últimos 60 años la pérdida de población ha sido una constante no solo para este municipio, también para toda la cuenca del Nalón.

Desde el siglo XIX la industria minera y siderúrgica, instalada principalmente en la parroquia de La Felguera, hizo de Langreo una de las zonas industriales más importantes del país hasta el punto de contar con la tercera línea ferroviaria más antigua de la península, la que unía el municipio con Gijón.

El declive de estas industrias y la consiguiente pérdida de población desde mediados del siglo XX trataron de contrarrestarse con ayudas gubernamentales desde finales del siglo pasado. El Gobierno ha destinado 6.000 millones de euros en los últimos veinte años en infraestructuras, equipamientos y empresas para reactivar la economía con los Planes de la Minería del Carbón y Desarrollo Alternativo de las Comarcas Mineras (en total se han sucedido tres ediciones hasta ahora). Pero la población ha seguido menguando sin que hasta el momento se aprecie ningún cambio de tendencia.

Al otro lado del país, a orillas del Océano Atlántico, Cádiz se erige como el municipio de España que más habitantes ha perdido desde 1996 en valor absoluto. Más de 28.000 habitantes, un 20% de su población, es lo que ha menguado la población de la capital gaditana.

La falta de suelo en un municipio de apenas 12 km2, la sensación de insularidad al encontrarse al final de un istmo con una estrecha lengua de arena como única conexión al continente y la falta de expectativas laborales han llevado a Cádiz a comandar la clasificación de la despoblación.

Durante buena parte del siglo XX el desarrollo económico de la ciudad estuvo acompañado de la industria. Los astilleros públicos, que dieron trabajo a 3.000 personas, la Compañía Aeronáutica y la factoría de Tabacalera eran, junto al hospital público, los referentes del empleo en la ciudad.

A día de hoy tan solo el hospital público mantiene los niveles de empleo de antaño dando cabida a unos 3.000 trabajadores. Los astilleros, hoy Navantia, apenas emplean a 100 personas con carácter fijo. Tabacalera cerró tras vender el Estado la factoría a la multinacional Altadis y Aeronáutica, incluida ahora en el conglomerado Airbus, acabó trasladándose al Puerto de Santa María. En la actualidad el municipio intenta encontrar un hueco como un referente turístico de primer orden, lo que hasta el momento ha significado empleos precarios y estacionales.

Una urbanización imparable

Estos son solo algunos ejemplos de una realidad que está presente en todo el territorio. Desde 1996 la población del país ha crecido en 7 millones de personas, desde los 39,7 millones de habitantes de 1996 a los 46,7 de 2018.

Sin embargo, este crecimiento no ha sido homogéneo y se ha centrado fundamentalmente en los principales núcleos de población formando parte de un proceso de urbanización que es característico en todo el mundo. Las previsiones de la ONU muestran que en 2050 el 68% de la población mundial podría vivir en ciudades. En la actualidad ya lo hace el 55% de los habitantes del planeta. Las megaciudadades, aquellas que cuentan con más de 10 millones de habitantes, son ya 43; con Tokio y Nueva Delhi encabezando la lista con 37 y 29 millones de personas, respectivamente.

Si plasmamos en un mapa la variación poblacional de España a nivel provincial desde 1996 a 2018 Zamora sería el epicentro de la despoblación nacional. La mitad norte de la Ruta de la Plata, que de plata solo conserva ya el nombre, es la columna vertebral de la España vaciada. Desde Cáceres hasta Asturias la sangría poblacional es la nota predominante. Además de este gran sumidero poblacional que comprende nueve provincias de Galicia, Asturias, Castilla y León y Extremadura existen otros focos donde la pérdida de habitantes es notable. Se trata de Soria, Teruel, Cuenca y Jaén.

Pero la pérdida de habitantes no es ni mucho menos exclusiva de estas áreas. Si descendemos un nivel hasta el ámbito municipal comprobamos que pocas regiones se salvan de contar con áreas más o menos extensas donde la despoblación es un problema acuciante.

El color rojizo anaranjado predomina en amplias zonas del interior de la península. Los principales focos de atracción, donde se están concentrando los habitantes, se encuentran en el entorno de Madrid, el litoral mediterráneo, el valle del Guadalquivir y los aledaños de Euskadi y Navarra. El resto, salvo algunas excepciones aisladas, se está deshumanizando.

Además de la pérdida cultural y de identidad que supone este proceso los territorios sometidos a despoblación se ven afectados por un encarecimiento de los servicios públicos. La dispersión poblacional y la imposibilidad de acceder a economías de escala supone un incremento de los costes unitarios, lo que en la mayoría de los casos conlleva al empeoramiento en la calidad de los servicios ante la imposibilidad por parte de las administraciones de absorber el incremento presupuestario que supondría mantener los estándares de otras regiones donde la población se concentra en grandes núcleos urbanos.

Cada territorio tiene sus factores particulares que favorecen la marcha de sus pobladores. Desde la crisis de una industria local a la falta de rentabilidad de las producciones agrícolas pasando por la mecanización del trabajo. Pero es posible que existan características comunes que debiliten el tejido social y de alguna manera hagan a una región susceptible de que sus habitantes se vean empujados a abandonarla. ¿Cuáles pueden ser estos factores? Vamos a analizarlos.

10.000: el número de la sostenibilidad

Una cosa clara es que los núcleos más poblados tienen más facilidad para retener e incluso incrementar a la población que albergan. Los economistas llaman a esto las economías de la aglomeración. Las grandes ciudades permiten abaratar el coste unitario de los servicios que prestan y la concentración territorial de las actividades económicas supone un incremento de la productividad y facilita la transferencia de conocimiento entre empresas.

Como parte negativa también es cierto que estas aglomeraciones humanas incrementan el precio del suelo, alargan los desplazamientos y aumentan los niveles de contaminación pero los beneficios estas concentraciones superan a los perjuicios.

En esta ocasión los economistas se ven respaldados por los datos, al menos en España. Podríamos decir que los municipios de menos de 10.000 habitantes son insostenibles. Los pueblos que en 1996 contaban con menos de 10.000 habitantes son los que se han visto sometidos a un proceso de despoblación más agudo. Además, la pérdida de habitantes crece exponencialmente conforme más pequeña es la población de partida. Así, podemos observar como el 91% de los municipios que en 1996 contaban con menos de 100 habitantes a día de hoy son más pequeños aún. Lo mismo ocurre con los que contaban entre 101 y 1.000 residentes, el 78% de ellos también han perdido población. A partir de 10.000 el riesgo decae de forma notable y menos del 20% de los municipios que a finales del siglo XX superaban la decena de millar hoy cuentan con menos habitantes que entonces.

Esta cifra mágica no tiene por qué ser extrapolables a otras realidades y otras economías. La sostenibilidad de una población depende de muchos factores como el periodo histórico, el nivel de desarrollo humano, las comunicaciones o el nivel económico. Diez mil almas eran las que poblaban Buenos Aires o San Petersburgo en torno al siglo XVIII o Madrid en el XVII.

La densidad de población no es el único pero es un factor determinante a la hora de valorar las posibilidades de crecimiento de territorio. En España el 67% de la población habita en municipios de más de 10.000 habitantes, sin embargo, como es lógico este porcentaje no es homogéneo en toda la península.

De las 12 provincias que han visto decrecer sus habitantes desde 1996, 11 están por debajo de esa media. Además es llamativo que de las 10 provincias donde menos de la mitad su población reside en municipios de más de 10.000 habitantes en 7 de ellas también pierden población.

Por tanto, el tamaño es un factor determinante para la sostenibilidad demográfica de un territorio. El problema es que de los 8.130 municipios de España tan solo 756 superan los 10.000 residentes, apenas el 9%. ¿Quiere esto decir que el 90% corren riesgo de desaparecer? Evidentemente no, pero por regla general van a tener más dificultades para atraer habitantes o retener a los que ya residen. Tendrán que potenciar los factores particulares que les diferencie del resto. Atraer inversiones, encontrar nichos de mercado para industrias locales… El reto es complejo y necesitarán aprovechar las oportunidades de que dispongan.

En el municipio mediano de España, aquel que ocupa el punto medio de la clasificación ordenada por número de habitantes, residen tan solo 2.431 habitantes.

Calcular el tamaño del municipio mediano para cada una de las provincias españolas da una idea aproximada de la dispersión poblacional de un territorio. Mucho más aproximada que calculando la media aritmética, que se ve afectada en mayor medida por valores atípicos.

Es lo que ocurre por ejemplo en la provincia de Zaragoza. Esta provincia cuenta con 297 municipios, pero el 70% de la población reside en la capital y el 30% restante se reparte entre los casi 300 municipios restantes. De ahí que el municipio medio tenga un tamaño de 3.261 habitantes mientras que el mediano sea tan solo de 225. Zaragoza es un buen ejemplo de cómo un valor atípico afecta al conjunto. Si se excluyera a la capital del Ebro de los cálculos la media aritmética descendería a 983 mientras que la mediana se mantendría en 225.

De las 12 provincias que pierden población, solo en una de ellas (Jaén), el municipio mediano es superior a la media nacional. Y de las 10 provincias con el municipio mediano más pequeño, que serían las que tendrían la población más dispersa, en la mitad de ellas la población ha decrecido desde 1996.

Un éxodo que compromete el futuro

Lo que reflejan los datos de forma clara es que la despoblación acrecienta el envejecimiento de la comunidad. Dividamos España en dos, por un lado los municipios que de 1996 a 2018 han incrementado su población. Por otro, los que no. Y a partir de los datos estadísticos representamos sus pirámides poblacionales.

Las de 1996 son muy parecidas. En ambas se ve un adelgazamiento en la base, lo que augura un envejecimiento futuro. El grupo de edad más numeroso en ese momento es el comprendido entre los 20 y los 24 años. A partir de ahí los peldaños vuelven a decrecer hasta el grupo de los 60 a 64 años, produciéndose otro ensanchamiento que es levemente más acusado en la pirámide de los municipios que pierden población. Pero en líneas generales ambas representaciones son semejantes.

Regresamos en el tiempo hasta 2018 para comprobar que el transcurrir de los años no ha sentado de la misma manera a ambas poblaciones. El envejecimiento ha sido más acusado en los lugares que se han visto sometidos a despoblación.

El grupo de edad más numeroso en los lugares que han ganado población es el comprendido entre los 40 y 44 años, que es aproximadamente el mismo que en 1996 unos 22 años más tarde. Sin embargo, en los territorios que han perdido población el grupo de edad más numeroso es ahora el de los 50 a 54 años. Se ha producido un envejecimiento de 10 años entre unos y otros territorios.

Esta diferencia nos da la pista de que los que eran jóvenes en 1996 han emigrado en mayor medida que los de mediana edad. Por tanto la emigración no ha sido tampoco homogénea en cuanto a la edad.

Ahora, si reducimos los grupos de edad y comparamos las pirámides de ambos momentos podemos poner cifras a este éxodo.

En 22 años los municipios víctimas de la despoblación han perdido más de 700.000 menores de 19 años, un 34% de los que había a finales del siglo pasado. Peor incluso es el dato de la franja de edad comprendida entre los 20 y los 34 años. Casi 900.000 residentes menos, una pérdida del 40%. A partir de los 35 años, la población se ha incrementado levemente.

En cambio, los municipios cuya población crece han ganado habitantes en este tiempo en todos los grupos de edad excepto el que comprende las edades entre 20 y 34 años, con un descenso de apenas un 13%. El tramo que más ha crecido, más del 60%, es el que incluye aquellos que tienen entre 35 y 54 años, en consonancia con el envejecimiento de población ante el descenso de la natalidad.

El hecho de que la despoblación afecte a las franjas de edad más jóvenes acrecienta aún más el problema para el futuro. El primer motivo, evidente, es que sin tener en cuenta migraciones futuras, marca la fuerza laboral y la capacidad de procrear futura; y el segundo, es que la población activa es más propensa a crear negocios y generar riqueza en edades tempranas, por lo que si aumenta la edad de esta población activa se reduce las posibilidades de que la comunidad cree riqueza por sí misma y sea atractiva a la hora de captar flujos migratorios.

Por tanto, es muy probable que el proceso despoblador no solo continúe, sino que se acreciente con el tiempo. Esto pone de manifiesto la necesidad de intervenir para revertir o al menos frenar la dinámica. Solo las administraciones públicas pueden dinamizar la economía de estos territorios mediante inversiones en el tejido productivo y la mejora de los servicios. Pero hasta hace muy poco los problemas de la España vaciada no han estado en primera línea de la agenda política.

No solo se marchan los pobladores, también las empresas. Cada vez más municipios se quedan sin oficinas bancarias, de correos y otros servicios. Las estaciones de ferrocarril se quedan sin personal y una máquina expendedora de billetes sustituye la atención personalizada. Según el Banco de España, más de la mitad de los municipios del país no tienen ni bancos ni cajeros automáticos.

Los niveles de desempleo alcanzados a raíz de la crisis de 2008 dieron una oportunidad a la España rural para atraer mano de obra y profesionales jóvenes. El campo se abrió entonces como una de las pocas salidas de desarrollar un proyecto vital con futuro para aquellos que pagaron los platos rotos de la recesión. Sin embargo, los datos estadísticos no reflejan que ese fenómeno fuera de magnitud suficiente para frenar el fenómeno despoblador. Una vez superada la peor fase de la crisis y recuperado en parte el empleo que se perdió no parece que la despoblación se vaya a frenar por sí sola.

Objetivo: mantener la población activa

La clave para la sostenibilidad poblacional de un territorio está en el empleo. Mucho más que la vivienda, la familia o cualquier otro factor el empleo es lo que determina que los individuos se vean obligados a decidir un cambio de residencia.

La población activa comprende aquellas personas que desarrollan una actividad remunerada o tienen intención de hacerlo. Por el contrario, la población pasiva incluye a jubilados, pensionistas, estudiantes, amas de casa, rentistas o simplemente aquellos que por algún u otro motivo ni trabajan ni buscan empleo.

En el año 2002 la población activa masculina oscilaba entre el 60 y el 70 por ciento de la población total en aquellas provincias que han ganado habitantes. Sin embargo, en las provincias que han perdido población el porcentaje de activos descendía hasta el 55-60 por ciento. En el caso de las mujeres la relación era todavía más baja: entre el 35 y el 50 por ciento en las provincias que ganan habitantes y por dejado del 35% en las que pierden, con algunos casos como Zamora en el que el porcentaje de población activa femenina apenas alcanzaba el 25% de total.

El porcentaje de activos es un dato fundamental para alcanzar una prosperidad económica que permita crear riqueza para atraer residentes. Una vez más, la España despoblada muestra su debilidad a la hora de hora de retener a sus habitantes: la escasez de población ocupada en generar riqueza.

Pero esto era en 2002. Posteriormente llegó la crisis de 2007 y desde entonces la población activa masculina ha venido menguando en los territorios donde la población ha crecido. Sin embargo, las provincias que han perdido habitantes han sido capaces de mantener los mismos porcentajes anteriores a la crisis.

En cambio, la población activa femenina no ha dejado de crecer de forma generalizada, tanto en aquellas provincias que han ganado población como en las que no.

Estas variaciones en la estructura activa de la sociedad tendrán consecuencias en un futuro próximo. La desigualdad en el porcentaje de población activa entre los territorios que ganan población y los que la pierden va desapareciendo gradualmente a costa de que los territorios que ganan habitantes pierdan población activa, lo que puede estar anticipando que España en un futuro más o menos cercano comenzará a perder habitantes.

De forma generalizada, la población activa masculina se ha reducido en los últimos años en España, un fenómeno contrarrestado por el incremento de la población activa femenina, lo que ha reducido considerablemente la brecha de género en los últimos 25 años.

Pero existe otra brecha que se ha mantenido en el tiempo: la que existe entre el porcentaje de activos que habitan en la España que crece y la que decrece. A pesar de las variaciones producidas en el porcentaje de población activa en los últimos años las diferencias se han mantenido en el tiempo. Un indicador claro que las medidas puestas en marcha desde las administraciones públicas para poner freno a la despoblación no han funcionado o han tenido un efecto limitado.

Un problema europeo

Para poder comparar los territorios de países con distintas divisiones administrativas, la Unión Europea creó las Unidades Territoriales Estadísticas, llamadas NUTS por siglas en francés. Existen tres categorías de NUTS. La mayoría de los países cuentan con las tres categorías, pero hay algunos que por su tamaño solo tienen dos o una categoría. A veces se corresponden con unidades administrativas y a veces no, en función de la división administrativa de cada Estado.

En el caso de España la unidad más pequeña (NUTS-3) es la provincia; le sigue la comunidad autónoma (NUTS-2) y, por último, las NUTS-1 corresponden a agrupaciones de comunidades autónomas. En el caso español son siete (Noroeste, Noreste, Comunidad de Madrid, Centro, Este, Sur y Canarias).

En la vecina Portugal, por ejemplo, también existen las tres categorías, pese a tener una extensión mucho más pequeña, también cuenta con las tres categorías aunque solo una de ellas se corresponde con divisiones administrativas propiamente dichas. Portugal se divide en tres regiones: Portugal continental, en la Península Ibérica y las regiones autónomas de Azores y Madeira. Esta división se correspondería con las NUTS-1. Portugal continental se divide a su vez en 18 distritos, pero estas divisiones no se emplean para las estadísticas comunitarias. En vez de ello, el país luso se encuentra dividido en siete NUTS-2, que podríamos llamar regiones aunque no cuentan con estructura administrativa propia, y 30 NUTS-3, que serían agrupaciones de municipios, también sin estructura administrativa.

Volviendo al tema que nos ocupa la despoblación no es un problema exclusivo de España. Prácticamente en todos los rincones de Europa está ocurriendo lo mismo. Francia, Alemania, Italia… casi ningún país se libra de ver como parte de su territorio va perdiendo habitantes.

Con las cifras en la mano, la despoblación en el periodo 2005-2018 es un fenómeno que afecta a todo el continente, pero existen cuatro regiones donde la situación es alarmante. Se trata de la región de los países bálticos, los Balcanes, el este de Alemania (que correspondería a la antigua RDA) y Portugal.

No es casualidad que precisamente la zona que sufre mayor despoblación en España sea limítrofe con el país luso, por lo que es lógico pensar que las causas que afectan al país vecino sean similares a las que afectan al nuestro y por tanto las medidas que podrían soluciones el problema sean parecidas. Por tanto, no sería descabellado promover la cooperación entre ambos países para poner remedio a la despoblación. Si la inversión del sector público es fundamental para retener a los habitantes de un territorio esa inversión debería ser coordinada.

El caso portugués, por cercanía con nuestro país, es dramático. De las 25 NUTS-3 continentales, tan solo 4 han visto incrementada su población entre 2005 y 2018. Se trata de Cávado (en las cercanías de Oporto), Oeste (cerca de Lisboa), Área Metropolitana de Lisboa y Algarve. Esta última es la región turística más importante del país y el resto se encuentran en el área de influencia de las principales ciudades del país: Lisboa y Oporto. Por tanto, la despoblación de el proceso de urbanización en Portugal está siendo mucho más acusado que en nuestro país.

España es de los países europeos que más crece

Pese a los mensajes que alertan de la despoblación rural, el descenso de la natalidad y el envejecimiento, España sigue siendo a día de hoy el cuarto país del continente europeo que más creció en términos absolutos en el periodo 2005-2018 y el segundo de la Unión Europea si se excluye a Reino Unido, que saldrá de la unión el 31 de enero.

En el periodo comprendido entre 2005 y 2018 el continente europeo creció en casi 28 millones de. Otras fuentes . El país que más creció, Turquía, lo hizo más del doble que el siguiente, Reino Unido. Detrás de ellos se encuentran los gigantes de la Unión Europea Francia, España e Italia. Alemania, sin embargo, que completa el cuarteto de gigantes de la unión tras la salida de Reino Unido, apenas creció en 300.000 personas, ocupando la decimoséptima posición del continente.

Por el otro lado el país que más población perdió fue Ucrania, inmersa en una guerra civil entre el este (pro ruso) y el oeste (pro europeo) desde la anexión de la península de Crimea por Rusia en 2014. Le siguen Rumanía y Bulgaria, en los Balcanes, una de las regiones que más población pierde de Europa; Georgia, a caballo entre Europa y Asia y Lituania, en el Báltico, otra de las regiones europeas que más población pierde.

Observando esta clasificación se observa que, salvo contadas excepciones, la Europa más desarrollada se encuentra en el grupo de los que ganan población y los países económicamente más atrasados están entre los que pierden, lo que de nuevo pone a la economía como un factor principal a la hora de retener a la población.

El comienzo del declive

Según las estimaciones de la Unión Europea, el crecimiento poblacional está próximo a agotarse. En el año 2040 la población de la unión alcanzará los 524,5 millones de personas (en 2018 la población era de 512 millones). A partir de entonces comenzará un decrecimiento continuo hasta los 493 millones de habitantes que se calculan para 2100.

A este declive poblacional se une un envejecimiento continuo de la población. La edad media en la Europa comunitaria era de 43 años en 2018 mientras que en 2100 este dato estadístico estará próximo a los 49 años.

En ese año de 2100 serán diez los países de la unión, entre los que se encontrará España, cuya edad media superará los 50 años. El país con la media de edad más alta será Croacia, con 54 años de media, seguido de Portugal, Italia y Chipre. Por el otro lado, los que contarán con una edad media más joven, serán Suecia, Francia y Bélgica, todos ellos en torno a los 47 años de media.

En el caso de España, las previsiones calculan que en torno a 2040 se alcanzarán los 49 millones de habitantes, para progresivamente ir perdiendo población hasta alcanzar el siglo XXII con una cifra similar a la actual, en torno a 47 millones.

Antes incluso que España alcanzará su máximo Alemania, en torno a 2030, con casi 84 millones de habitantes. Cerca del próximo siglo la población descenderá de 80 millones y en torno a 2070 será superado por Reino Unido como país más poblado de la actual Europa comunitaria.

Países como Francia o Reino Unido seguirán la senda poblacional creciente durante todo el siglo XXI. Otros, como Portugal, continuarán perdiendo habitantes hasta terminar siglo con el 65% de la población actual.

Porcentualmente, los países que más crecerán en el presente siglo serán Luxemburgo, Suecia, Malta e Islandia. Los que más sufrirán la pérdida de habitantes serán Croacia, Bulgaria, Lituania y Portugal.

Un problema global que requiere soluciones globales

La despoblación no es patrimonio de ningún país ni de ningún territorio. Es un problema global que requerirá la búsqueda de soluciones globales. La ONU lleva tiempo alertando de la creciente urbanización mundial, un fenómeno que presenta problemas de contaminación y los derivados del abastecimiento de recursos, entre otros, que previsiblemente se agravarán en el futuro.

Aún así a nivel local existen múltiples factores que favorecen la superpoblación de determinados territorios y la consiguiente despoblación de otros. El principal factor que promueve las migraciones es el económico. Las economías más débiles ven como sus habitantes toman la decisión de marcharse y establecerse en otros territorios. En Europa eso está ocurriendo en la región de los Balcanes, el Báltico, Alemania del Este y Portugal. Esta última zona arrastra a su vez  la despoblación de las provincias españolas más cercanas a la frontera portuguesa.

Otro factor importante que actúa a pequeña escala es el tamaño de la unidad poblacional: el municipio. En España la clave está en los 10.000 habitantes. Los municipios que no alcanzan esa cifra son más propensos a perder habitantes. Sería un fenómeno urbanizador a pequeña escala.

Parece claro que la sociedad actual es más eficiente cuanto más numerosos son los individuos que la forman. En realidad siempre ha sido así. La invención de la agricultura y la ganadería durante la Revolución Neolítico trajo consigo numerosos inconvenientes. Los habitantes de aquella época tuvieron que enfrentarse a nuevos problemas como una peor alimentación que provocó una reducción de la talla corporal, problemas en la dentición o la aparición de nuevas enfermedades por la convivencia con animales domésticos. Aún así triunfó, porque la principal ventaja superaba ampliamente a todos los inconvenientes. Esta ventaja no era otra que la de poder alimentar a un grupo de individuos más numeroso que permitiese defenderse mejor de ataques externos o la especialización, que favorece el avance tecnológico.

Formar parte de un grupo más numeroso siempre ha tenido ventajas. Solo hay que comprobar cómo cada cuatro años los más países más poblados y con economías más fuertes copan las primeras posiciones en el medallero olímpico.

La globalización de la economía está incrementando la desigualdad entre el mundo urbano y el rural en todos los países industrializados. De facto, se está produciendo un fenómeno parecido al que relata Aldous Huxley en su novela ‘Un mundo feliz’, con un Estado Mundial basado en el consumo y la comodidad y unas reservas salvajes, desconocidas y misteriosas para los habitantes del Estado Mundial.

La concentración de la población en grandes urbes es, junto al cambio climático, uno de los retos a la que la clase política mundial tendrá que dar respuesta en este siglo para que la humanidad no desaparezca víctima de su propio éxito.

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