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Bajar al infierno

Por Juan Bouza Sep 7, 2016 #juan bouza #opinión

Juan BouzaUna vez conocí y trabé una gran amistad con un hombre, electricista, de profundas y emotivas convicciones religiosas. Este hombre, compartiendo con él muchas, muchas horas de conversación, me hizo cambiar mi forma de ver muchas cosas en la vida. Su vida, su compromiso, su absoluta falta de egoísmo, su bonhomía, esa filosofía del hombre ausente de maldad, desprovisto de cualquier sentimiento de odio o de resentimiento contra nada ni contra nadie. Su aguda inteligencia, su sentido del humor…Murió, hace ya algunos años nos dejó, una maldita enfermedad le fue mermando poco a poco hasta que se fue al paraíso, a ese paraíso en el que él tanto creía. Yo añado, se fue al paraíso después de pasar por ese infierno de enfermedad que, a pesar de todo, nunca le hizo mella en su integridad intelectual y moral.

Él me decía que el infierno existía y que estaba en la vida real, que no era algo mitificado con diablos, fuego y todas esas cosas que nos decían de niño y que todavía algunos curas enseñan en colegios y predican en sus púlpitos. Discutíamos de política, de sindicalismo, de religión, de todo aquello que yo continuamente le preguntaba porque siempre me interesaba su opinión. Recuerdo que hacía bastantes años que yo había leído la Divina Comedia de Dante y lo estuvimos comentando -estando ya con la enfermedad diagnosticada- en esos largos paseos que pese a su dificultad para andar solíamos dar. Hoy voy comprendiendo muchas de las cosas que me dijo sobre ese maravilloso libro y sobretodo he ido comprendiendo lo que es bajar al infierno.

Bajar al infierno como lo hizo Dante, acompañado de Virgilio -o esa alegoría de la vida humana que escribió Dickens en su Cuento de Navidad y el inicialmente malvado Scrooge- es, digamos, algo soportable, pero definitivamente no dejan de ser eso: alegorías, aventuras literarias fabricadas en luminosas mentes como la del propio Dickens o Dante Alighieri. Pero si, se baja al infierno y normalmente –lo aseguro- bajas solo, con todos tus miedos, con todo tu dolor.

En vida te pasan cosas, buenas o malas, y de entre las malas están aquellas que una vez pasadas pueden hacer insoportable la vida nueva. Virgilio al final llevó a Dante al paraíso a encontrarse con su amada Beatriz, y Scrooge llegó al paraíso de su conversión en un hombre bueno. Pero, como digo, bajar al infierno, del que siempre se sale –somos mortales acuérdense-, no garantiza que después vuelvas al paraíso, es más, y lo digo con gran dolor, tienes la gran probabilidad de que a la vuelta seas un zombie –a la intemperie como dice Alejandro Sanz- y entonces ¿merece la pena vivir una vida que ya no vives? ¿Y porqué hay gente que se empeña en que bajes al infierno? ¿Porqué hay gente que se divierte desde su prepotencia, su incompetencia, su soberbia, su egolatría, el que tengas que vivir el infierno? ¿Y porqué, estando el infierno rodeándonos todos los días hay gentes que ven como indiscriminadamente, casi por diversión, te llevan a ese infierno, se encogen de hombros, y como buenos cristianos, te desean lo mejor y como mucho engañosamente te dicen eso de “lo que necesites, ya sabes…”? ¿Porqué no callan su hipócritas bocas?

El infierno existe, yo lo conozco, y sé que pelearé para que esa gente que dispone, como se suele decir, de tu vida y tu hacienda (que en mi caso consiste en un coche de segunda mano, un sinfín de libros, cuatro sillas, un televisor y poco más), dejen de disfrutar de manera volitiva de la desgracia en la que te hacen caer.

Hace unos días hubo quien me dijo que lo legal y la justicia no van de la mano y que la verdad judicial en algunas ocasiones solo es –esto es mío- una mentira injusta basada en una falta absoluta de interés por el trabajo, de una incapacidad innata o adquirida para reconocer un error.

Yo me quedo con algunas enseñanzas que me ofreció mi difunto amigo: ir por la vida de frente, sin engañar –no merece la pena-, trabajar, aprender, no tener rencor, no odiar, que dispongan de nosotros lo que quieran pero que sepan que el único reproche que me pueden hacer es el de intentar hacer las cosas bien sin perjudicar a nadie ni violar ningún precepto justo y legal. Lo que hagan dará igual, saldré del infierno y seguramente viviré esa vida de zombie que tanto les divierte a muchos. ¿Mi paraíso? Pues igual mi amigo Pepe tenía razón y el paraíso existe y cuando yo llegue a él podré retomar esas charlas tan agradables que solíamos tener.

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